jueves, 2 de marzo de 2006

Un fantasma llamado plebeyismo


No seré yo quien niegue virtudes a la reciente normativa según la cual se eliminará el tratamiento distintivo a nuestros ministros; virtudes entre las cuales está –y no es menor- el haber desconcertado a los imperturbables gabinetes de protocolo que en el mundo habitan ¡Que se fastidien y que prueben en carne propia las humillaciones que su inútil conocimiento nos inflinge a diario!
Pero haríamos muy mal si pensáramos que el objeto de esta normativa se agota en la anécdota; que el triunfo formal del coleguismo es una mera corrección progresista del rumbo que va del Vogue hacia el B.O.E. Muy al contrario, estamos ante una estrategia de largo alcance de la cual dicha normativa no es más que un primer paso. Si, amigos, estamos ante el advenimiento del plebeyismo tal como en uno de sus más recientes comentarios de la actualidad española –titulado democracia morbosa- nos ha recordado Ortega y Gasset.
Paso a glosar sus comentarios por si al amable lector se le pasó su lectura, inmersos como estamos en la vorágine de la actualidad. Decía el bueno de Don José:
El plebeyismo, triunfante en todo el mundo, tiraniza en España. Y como toda tiranía es insuficiente, conviene que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insufrible de los tiranos
Eso es una declaración de principios, sí señor. ¿Casualidad? No para nuestro insigne autor. Las formas. Esperemos que a nuestros socialistas democráticos no se les haya olvidado que las formalidades son la base de la democracia. Serán minucias burguesas pero, como dice Savater, es lo primero que las dictaduras se afanan en derogar cuando se hacen con el poder…
Como la democracia es una pura forma jurídica, incapaz de proporcionarnos orientación alguna para todas las funciones vitales que no son el derecho público, es decir, para casi toda en nuestra vida, al hacer de ella principio integral de la existencia se engendran las mayores extravagancias. Por lo pronto, la contradicción del sentimiento mismo que motivó la democracia. Nace ésta como noble deseo de salvar a la plebe de su baja condición. Pues bien, el demócrata ha acabado por simpatizar con la plebe, precisamente en cuanto plebe, con sus costumbres, con sus maneras, con su giro intelectual. La forma extrema de esto puede hallarse en el credo socialista -¡porque se trata, naturalmente, de un credo religioso!-, donde hay un artículo que declara la cabeza del proletario única apta para la verdadera ciencia y la debida moral. En el orden de los hábitos, puedo decir que mi vida ha coincidido con el proceso de conquista de las clases superiores por los modales chulescos
Exijamos excelencia, Don José. Al cabo, las formalidades nos proporcionan la ilusión de que nos gobiernan los mejores, aquellos que merecen ser obedecidos. El tuteo no les rebaja a ellos, sino a nosotros en nuestra condición de súbditos.

Aquí tenemos el criterio para discernir dónde el sentimiento democrático degenera en plebeyismo. Quién se irrita al ver tratados igualmente a los desiguales, no es demócrata, es plebeyo (…) cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de ciertas calidades –inteligencia, valor o elegancia- procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades(...) El hombre del pueblo solía tener una sana capacidad admirativa. Cuando veía pasar una duquesa en su carroza se extasiaba, y le era grato cavar la tierra de un planeta donde se ven, por veces, tan lindos espectáculos. Admira y goza el lujo, la prestancia, la belleza (...) el hombre del pueblo no se despreciaba a sí mismo: se sabía distinto y menor que la clase noble; pero no mordía su pecho el venenoso “resentimiento”. En los comienzos de la Revolución francesa una carbonera decía a una marquesa: -Señora, ahora las cosas van a andar al revés, yo iré en silla de manos y usted llevará el carbón. Un abogadete resentido de los que hostigaban al pueblo hacia la revolución hubiera corregido: -No, ciudadana: ahora vamos a ser todos carboneros”.
Hacer por decreto del ministro un cualquiera, ¿significa necesariamente que cualquiera pueda llegar a ser ministro?
Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas y casi siempre con razón. Quisieran los tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta: ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irreversible nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas, que se saben fatalmente condenadas a formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie”.
Lo dicho. Compañeros enemigos del anything goes y del plebeyismo, vayamos preparando la revolución: antes muertos que sencillos.