El PSC, tan ausente,
volverá a ser crucial en las próximas elecciones catalanas. Llegará sin
liderazgo, dividido, con un mensaje –el federalismo- que nadie entiende y con muchas
cuentas pendientes pues -y aunque la gran responsabilidad de la situación que
vivimos es de CiU- el paso de los socialistas por el govern precipitó de manera quizás irreversible lo que años de
nacionalismo habían incubado.
El problema nacional del PSC es que nunca ha sabido
qué quería ser de mayor. La ambigüedad, soportable en la oposición, se mostró
fatal cuando se llegó a la mayoría de edad que implica el gobernar, y más si
ese tránsito se realiza con según qué compañías. La presencia de ERC en el tripartito, un partido maduro y con un
buen estratega al frente –no tengo ninguna duda de que Carod-Rovira, ahora
olvidado, será reivindicado en un futuro como un gran hacedor del estat català- fortaleció la
confrontación entre poderes y pueblos. El acuerdo de gobierno de aquél primer
tripartito, el “Pacto del Tinell”, incorporaba por primera vez el veto a un
partido democrático para desgastar al gobierno de Aznar. Paradójicamente, esta
decisión sí que significaba anteponer los intereses del partido (PSOE) a los
del país, ese viejo reproche de los nacionalistas que, sin embargo, tanto
aplaudieron ese planteamiento.
Otro de los puntos del
Pacto del Tinell fue la negociación de un nuevo Estatuto para Catalunya. Un
Estatuto que no pedían los nacionalistas, pero que Maragall ideó para afianzar
su liderazgo. Por el camino el gobierno de España cambió de manos y lo que
debía ser un espolón contra el Partido Popular se convirtió en un caballo de
Troya para el propio PSC, por dónde se coló CiU.
La nefasta gestión del
Estatuto por parte de los socialistas es el detonante de la actual explosión
nacionalista. Lo peor es que la responsabilidad del PSC no es fruto de la
convicción, sino de la incompetencia. La incompetencia del president Maragall para mantener bajo control el proceso y del
presidente Zapatero, que quizás no contaba con la del primero cuando proclamó
“aceptar lo que apruebe el parlamento catalán”. La dejadez de Maragall y la
táctica de huida hacia adelante que practicaba sistemáticamente Zapatero
coincidieron fatalmente.
Para desgracia del PSC –y
de todos- a veces los liderazgos se cruzan. Muñir un acuerdo como el del
estatuto precisaba de discreción y trabajo en la sombra, mientras que su venta
y explicación precisaban de liderazgo y capacidad pedagógica. El más dotado
para lo primero (el retraído Montilla) tuvo que hacer lo segundo, y el más
dotado para lo segundo (el expansivo Maragall) tuvo que hacer lo primero.
Maragall es un perfecto
ejemplar de la gauche divine que, si
no fuera por el irresistible atractivo de un país abocado a una transición de
la dictadura a la democracia, se hubiera dedicado a cuestiones quizás más
ligadas a la cultura y el saber vivir. No fue así, pero mantuvo su espíritu, más
lúdico que moralista, en su periplo político. Ese espíritu lúdico es lo que le
llevaba a aburrirse soberanamente con el día a día de la administración y, a la
vez o quizás por ello, imaginar estallidos de diversión colectiva. A veces,
cuando ese espíritu conectaba con el de la ciudadanía los resultados eran
magníficos (juegos olímpicos) y cuando no, simplemente costosos (Forum 2004) o
decididamente catastróficos, como lo fue la gestión del estatuto. Por el
contrario, Montilla, que se aupó al poder refrendado por su capacidad de
acallar el guirigay del partido socialista gestionando sus silencios, se quedó
sin voz una vez tuvo que liderar a la sociedad en una coyuntura especialmente
difícil.
La consulta a la
ciudadanía catalana para refrendar un estatuto sobre el cual pesaban grandes
dudas respecto a su constitucionalidad fue la última de las equivocaciones del
PSC (o jugada maestra de ERC). Una equivocación que se consumó tras un fallo
del Tribunal Constitucional que necesariamente los catalanes iban a sentir como
un agravio a su voluntad. En los países anglosajones, de una cultura política
refinada por una tradición democrática de siglos, se entiende que ese sistema
requiere tanto de la aceptación de la voluntad de la mayoría para gobernar como
de la existencia de mecanismos de control constitucionales para delimitar esa
voluntad, sin los cuales las mayorías pueden tiranizar al resto de la sociedad.
Por el contrario, en nuestra sociedad, cualquier cortapisa a la voluntad
popular expresada en las urnas se entiende como un golpe de estado.
¿Por qué no se esperó a
tener la certeza sobre la legalidad del estatuto para realizar esa consulta?
¿Por qué se obligó al Tribunal Constitucional a solucionar un problema que
debería haberse resuelto desde la política? Quizás los socialistas abdicaron de
su responsabilidad en la creencia de que haciendo el problema más grande se
evitarían las tentaciones de corregirlo; too
big to fail, una doctrina que recientemente se ha aplicado a la crisis
bancaria con los resultados por todos conocidos.
…y el abismo está a dos meses
Pero la historia siempre
les da a los socialistas una segunda oportunidad. De los resultados del PSC
dependerá que el biorritmo de la política vuelva a sus inestables constantes o
vivamos un febril proceso de huida a lo desconocido. Y esa responsabilidad le
llega en el peor de los momentos, con un liderazgo sin consolidar y las eternas
dudas sobre su identidad que, por lo que parece, seguirán siendo exorcizadas
por el federalismo. Todos entienden lo que quieren los que defienden el estado
autonómico, todos lo que defienden los independentistas pero, ¿alguien sabe lo
que defienden los “federalistas”?, ¿Podrán los socialistas explicarlo en diez
palabras que entienda un niño de diez años? Me temo que no, y sin embargo nunca
fue tan necesario que un partido alcance su madurez.
En el escenario de las
elecciones del 25 de noviembre, el voto independentista tendrá una amplia
oferta ideológica: a la derecha CiU y a la izquierda ERC y IC, al cual su
eterno voluntarismo adolescente lo convierten, de facto, en una fuerza
independentista. Sin embargo, el voto que ya podríamos comenzar a denominar constitucionalista sólo tendrá a la
derecha del PPC, al minoritario Ciutadans y… ¿al PSC a la izquierda? Si se
quiere poner dique a la deriva nacionalista es imprescindible que esa parte de
la sociedad catalana que sistemáticamente se abstiene en las elecciones
autonómicas vaya a votar esta vez, y pueda hacerlo a su partido, el socialista, dado que bajo ninguna circunstancia
votará al enemigo de clase popular.
Para ello el PSC debe tener una única voz unitaria y de claro rechazo a la
ruptura con el estado que representa Convergencia i Unió…y si además supieran
de una vez explicar cual es su proyecto para hacer más atractiva a España mejor
que mejor. De momento, eso de que “queremos que sea como Baviera” no creo que sea
clarificador para el electorado socialista del área metropolitana de Barcelona.
También será necesario articular un relato para el día después: ¿Qué va a hacer
con sus votos? ¿Cómo piensa articular con el PSOE un cambio de marco
institucional que sea atractivo para el conjunto de los catalanes?
En los próximos dos meses
el PSC deberá reflexionar, pero también recorrer sin descanso las barriadas
obreras de la circunvalación de Barcelona para movilizar a ese electorado
reticente a votar en clave catalana y que vive su día a día en una realidad tan
poco nacionalista que quizás siga esta vez sin darse por aludida. Ese partido,
que lleva varias elecciones manteniéndose gracias al voto del miedo (a la
derecha) deberá utilizar ese mismo recurso, pero haciendo del independentismo
el nuevo espantajo. ¿Es legítimo utilizar esa arma? Si, si es en defensa propia
como es el caso, pero no como un estilo de vida. Ahora toca recorrer las calles
con esa bala en el revólver, pero al día siguiente toca reflexionar entre todos
qué queremos ser de mayor.