lunes, 2 de octubre de 2017

Los revolucionarios van a la oficina


Son las 9:00 del día después. Ayer, la República Catalana ganó el referéndum de independencia por un 90% de los votos emitidos. Sin embargo, nada hay en la calle que recuerde las imágenes de los procesos revolucionarios que vemos por la televisión: no hay hogueras, ni sans culottes manifestando su alegría.  En el día 1 de la República Catalana solo personas yendo a trabajar bajo la lluvia, como si vivieran en el país de siempre. Es lunes, y los que han hecho la Revolución en festivo hoy deben fichar en las múltiples oficinas gubernamentales donde trabajan. La celebración queda para el próximo fin de semana, que estamos a finales de año y los días personales son para las Navidades.

Realmente es una revolución excepcional, y lo es por el sujeto colectivo que la protagoniza de manera mayoritaria: el amplio funcionariado de las administraciones que casi unánimemente milita en el campo soberanista y que entiende que lo único permanente bajo el sol es su puesto laboral, aunque todo lo demás cambie. Quizás esa ilusión que proporciona su estabilidad laboral es lo que explique este gusto que los del empleo estable paradójicamente demuestran por un riesgo colectivo que afrontan con la seguridad de quien nada tiene que perder. Los que trabajan de forma vicaria para el régimen al que quieren derrocar lo sienten tan lejano después de 40 años de autonomismo como podían sentir la metrópoli las élites criollas de las colonias americanas. Se sienten tan a salvo de la reacción del Estado con una capital a 3 horas de AVE como aquellos colonos que la tenían a 3 meses de barco.

También protagonistas mayoritarios de esta otra Revolución de Octubre son los jubilados. Otros que cobran mensualmente del estado al que quieren derrocar y que llenan las convocatorias independentistas. Lo sorprendente es que, al contrario de los jóvenes funcionarios de vida fácil, esta generación ha vivido épocas difíciles, de falta de libertades y de precariedad económica. Sin embargo viven el momento como adolescentes: sin valorar nada de lo conseguido en estas últimas décadas y pensando que cada generación debe comenzar de cero.  Quizás creen que tienen una última oportunidad para vivir un bello epitafio y que sus canas les servirán de escudo cuando comiencen los palos en las calles.

Los demás iremos a nuestros trabajos como si hoy no fuera un día histórico, pero sin poder evitar ya cierta nostalgia por esa aburrida democracia que con mucho trabajo se ha ido construyendo a los largo de estos últimos cuarenta años y que parece irrecuperable. Porque sí, señora vicepresidenta del Gobierno, ellos  han conseguido llegar más lejos de lo que nunca habían soñado y nosotros hemos perdido la iniciativa. Comenzamos a tener más esperanzas en el fallo del contrario que en un gobierno de España que ha demostrado estar dirigido por unos políticos absolutamente ineptos.

Ojalá no sea así, porque de aquí a dos meses comenzará un nuevo año y, con sus renovados días de vacaciones y moscosos por delante, será muy difícil que los funcionarios de la revolución vuelvan a sus palacios en invierno.

viernes, 1 de septiembre de 2017

¿Somos los catalanes los nuevos negros?

De todos los símiles que han utilizado los nacionalistas para blanquear su cruzada contra el Estado (de derecho) el más sangrante ha sido el de Rosa Parks y su asiento de blancos en un autobús sureño. En ese gesto han encontrado inspiración nuestros gobernantes para apalancarse en el asiento trasero de sus coches oficiales.

El gesto de Rosa Parks plantea el clásico dilema socrático de si se debe acatar una ley, aunque sea injusta. Pero su fuerza radica en cuestionar una ley que sancionaba una discriminación individual. Solo las causas colectivas que nacen de la injusticia sufrida por una persona son merecedoras de cambiar la sociedad. Y sin embargo, ¿Qué discriminación sufrimos los catalanes? Dicen que no nos dejan votar, ¿Pero qué español ha podido votar más que nosotros? ¿Qué derecho ahora inculcado tendría el nuevo catalán cuando dejara de ser español? Ninguno, como es normal cuando se vive en democracia bajo el gobierno de una constitución.

En Cataluña vivimos en un proceso de regresión al puaj, qué aburrimiento adolescente en que, cansados de paz y prosperidad, millones de ciudadanos acomodados están dispuestos a sacrificar todo lo que tienen como si no tuvieran nada que perder con tal de embriagarse con un poco de emoción colectivista.   


¿Piensan que ese trago saldrá gratis? Sócrates y Rosa Parks pagaron muy cara su justa desobediencia y honraron tanto su gesto que no pensaron que se pudiera romper las reglas impunemente. Su sacrificio tenía el valor que le otorgara la firmeza del poder al que se enfrentaron. Por el contrario, el adolescente que subyace en el nacionalista se escandaliza porque el Estado se defienda y no se limite a dispersarse pacíficamente ante su presencia. Lo quiere todo y ahora, pero sin pagar. No respeta a lo que se le opone y así pierde la oportunidad de honrar a su causa.