martes, 26 de abril de 2011

Representación





Aunque vuelvo a Terrassa dos veces a la semana, hasta ahora no me había fijado en el nuevo edificio diocesal, situado al final de la Rambla.

Todavía hay suntuosidad. La puerta está enmarcada en mármol blanco; sin embargo ya no domina la perspectiva de la vía donde se sitúa. Ya no puede.

Ya no puede porque aunque lo intente, el tiempo de los edificios retóricos y trascendentes ya no pertenece a la Iglesia, como cuando las catedrales góticas dominaban con eficacia el espacio urbano.

Ahora son los edificios que representan el poder económico, el poder que genera riqueza, los que tienen esa potestad, y frente a esto los poderes que viven de la riqueza ajena, como el político o el eclesiástico, deben redimensionar su ambición.

Si tradicionalmente el corazón de una ciudad residía en la intersección de ayuntamiento e iglesia, pronto éstos pasarán a ocupar los bajos de los rascacielos de negocios. La voluntad humana de dotar de trascendencia a su actividad no desaparece, sino que se transforma.

Este edificio, en su modesta grandilocuencia, es una equivocación. La equivocación del anacronismo.