viernes, 19 de octubre de 2012

Estado o nación


Ahora que tanto se habla del currículo de los escolares propongo que se obligue a los jóvenes a leer La democracia en América de Tocqueville (aquí resumen). Ya sé que con ello ni catalanizaríamos ni españolizaríamos, pero qué extraordinarias dinámicas de grupo generaría su lucidez y la casi increíble actualidad de sus análisis. En su lectura admiramos lo fecundo que podría ser viajar (si el turismo no lo ha hubiera banalizado) y la potencia de un distanciamiento que, en el caso de este noble francés observando una sociedad democrática que amenazaba con arrasar inexorablemente su mundo llega a lo sublime, en el sentido que le daba Kant a este concepto: "Rocas audazmente colgadas y, por decirlo así, amenazadoras, nubes de tormenta que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes en todo su poder devastador, huracanes que van dejando tras de si desolación, el océano sin límites rugiendo de ira, una cascada profunda en un río poderoso, etc., reducen nuestra facultad de resistir a una insignificante pequeñez, comparada con su fuerza. (...) llamamos gustosos sublimes a esos objetos porque elevan las facultades del alma por encima de su término medio ordinario". La destrucción creativa de la democracia.

Dado que para captar lo sublime de una fuerza se requiere no sentirse amenazado por la misma dudo que la realidad catalana me genere ese sentimiento. Más bien genera vértigo. Pero, dando un rodeo, hay en La democracia en América algunas frases que podemos leer en clave catalana: en las naciones pequeñas, un poder dictatorial es totalitario, pues no pudiendo llegar a la gloria, el poder se dedica a entrometerse en todo lo referente a los súbditos, por ello el ansia de libertad se ha dado más en las naciones pequeñas”. ¿Es siempre lo pequeño (más) bonito? La proximidad siempre resalta su valor humano frente a la despersonalización de lo global, pero a veces sólo en el anonimato del distanciamiento encontramos los mínimos resquicios de libertad para buscarnos o perdernos. Por contra, una buena prueba de la bondad de una causa colectiva está en observar si tiene un correlato individual. La lucha por la defensa de una lengua está totalmente justificada en tanto haya una persona a la cual no se le permite su utilización sin sufrir algún tipo de coacción: ¿Será más libre un individuo catalán cuando la causa colectiva de la consecución de un estado triunfe? No parece. Si Catalunya llegara a ser un estado-nación, esa tendencia casi enfermiza al ensimismamiento que conllevamos desde hace tiempo, ¿se aminoraría al poder abandonar su posición defensiva o, por el contrario, se acrecentaría al no tener ninguna traba en su expresión? A saber. Lo que sí es seguro que equiparar nación (cultural) y estado (político) supondría una merma en la complejidad social que, si bien genera confusión es también la base de las sociedades modernas, aquellas que avanzan mejor en el caos que obliga a autorregularse que en el orden estático y uniforme.

A lo largo de treinta años el nacionalismo catalán ha utilizado su cuota de estado (poder) para afianzar su nación (cultura) mediante la negación de la complejidad social. Así, para los actuales catalanes ha llegado a ser casi incompatible identificarse como españoles y catalanes a la vez, una incompatibilidad que, sin embargo, no se observaba en los escritos de los mejores pensadores y escritores catalanes del pasado.  El ideal de la ingeniería social que busca la incompatibilidad de identidades es la sustitución, lo que en una primera fase generará necesariamente duplicidades. Así Catalunya ha vivido un proceso caracterizado por una inflación generalizada a casi todos los ámbitos: si ya existía una emisora de música clásica en español era preciso otra en catalán, aunque la oferta ya cubriera la demanda existente. El idioma es el centro de la batalla por la sustitución. La lógica nacionalista entiende, con razón o sin ella, que catalán y castellano no pueden convivir en un mismo territorio y que, a una lengua vernácula (el catalán) sólo le debe acompañar una lengua franca (el inglés). Ahora que tanto ruido ha producido la voluntad de españolizar la escuela catalana del ministro Wert hay que recordar el estribillo tantas veces leído en las pancartas colgadas en las escuelas catalanas: “una escola catalana, pública i de qualitat”. Tres adjetivos que requieren de un contrario: una escuela mediocre, privada y…española. 

Esa lógica de la sustitución sólo culminará, necesariamente, con la sustitución del estado. Es el punto final de todo nacionalismo y al cual parece que hemos llegado en un proceso caracterizado por su irreversibilidad al constatar los nacionalistas que cualquier posición ganada al estado no se podía perder.