domingo, 21 de marzo de 2010

Una pasión cotidiana




El proyecto ético se realiza plenamente cuando la vida tiene una gran pasión donde realizarse. Es esa misión, esa dimensión de nuestra acción que da sentido a lo demás lo que permite, por ejemplo -y paradójicamente, poder gozar de las comodidades que nos proporciona la sociedad de consumo sin la culpabilidad que tanto pregonan los que la desdeñan.

Pero más allá de una gran pasión, nuestro proyecto ético debe contrastarse en los diferentes roles sociales que debemos cumplir a diario. De todos, el más enriquecedor es el de padres; tanto, que muchos hacen de él esa gran pasión, sin entender que las vidas de nuestros hijos no nos pertenecen y sin aceptar la dimensión trágica del cometido: nuestro éxito como padres consiste en ser prescindibles una vez hemos cumplido nuestra misión de transmisión de conocimientos y valores. Si, hay que comprometerse a la vez que distanciamos. Complejo.

¿Es usted padre? ¿Si? ¿Y entiende usted a los que no lo son? Yo difícilmente. Agradezco a los que no sienten la necesidad de serlo que no lo sean, al cabo no hay nada más triste que una paternidad a desgana. Pero es tanta la distancia en la idea de valor, de sacrificio y en el sentido de la vida entre aquéllos que lo son y los que no que sólo la debida educación y el alto grado de tolerancia que disfrutamos hace que nos respetemos. La base de la convivencia es el sobreentendido: yo no les cuestiono la superficialidad de sus vidas (en la que creo) y ellos, a cambio, no intentan seducirme con las posibilidades de ocio (que ellos llaman “experiencias”) que les permite su falta de responsabilidades. Haya pues paz (e incluso comercio) entre nosotros.

Ser padres da densidad a la vida, la hace profunda de una manera natural, sin buscarlo. Ser padres nos engarza a la comunidad permitiendo su pervivencia; a cambio apostamos nuestras vidas a una de las pocas experiencias que nos proporcionarán alegrías y sufrimientos perdurables. La paternidad es la inmortalidad de los mediocres y, al menos por una generación –aquella que deberá llorarnos en nuestro entierro…esperamos, claro- perviviremos en la memoria de los hombres aquellos que no hemos hecho nada extraordinario para merecerlo.

Ser padres genera valor de manera inmediata, pero también nos proporciona un aprendizaje incomparable a la hora de hacer realidad nuestro proyecto ético; estamos más preparados para aceptar los sacrificios y los esfuerzos que necesariamente conlleva ajustar nuestra acción (ser) a nuestra idea de bien (querer ser), a amoldar nuestra voluntad a las circunstancias sin caer en la indolencia, a entender que sólo en el compromiso la libertad adquiere todo su valor.

Ser padres es una lección de nobleza.