Son las
9:00 del día después. Ayer, la República Catalana ganó el referéndum de
independencia por un 90% de los votos emitidos. Sin embargo, nada hay en la
calle que recuerde las imágenes de los procesos revolucionarios que vemos por
la televisión: no hay hogueras, ni sans culottes manifestando su
alegría. En el día 1 de la República
Catalana solo personas yendo a trabajar bajo la lluvia, como si vivieran en el
país de siempre. Es lunes, y los que han hecho la Revolución en festivo hoy
deben fichar en las múltiples oficinas
gubernamentales donde trabajan. La celebración queda para el próximo fin de
semana, que estamos a finales de año y los días personales son para las
Navidades.
Realmente
es una revolución excepcional, y lo es por el sujeto colectivo que la
protagoniza de manera mayoritaria: el amplio funcionariado de las administraciones que casi unánimemente
milita en el campo soberanista y que entiende que lo único permanente bajo el
sol es su puesto laboral, aunque todo lo demás cambie. Quizás esa ilusión que
proporciona su estabilidad laboral es lo que explique este gusto que los del
empleo estable paradójicamente demuestran por un riesgo colectivo que afrontan
con la seguridad de quien nada tiene que perder. Los que trabajan de forma
vicaria para el régimen al que quieren derrocar lo sienten tan lejano después
de 40 años de autonomismo como podían sentir la metrópoli las élites criollas
de las colonias americanas. Se sienten tan a salvo de la reacción del Estado
con una capital a 3 horas de AVE como aquellos colonos que la tenían a 3 meses
de barco.
También
protagonistas mayoritarios de esta otra Revolución de Octubre son los
jubilados. Otros que cobran mensualmente del estado al que quieren derrocar y
que llenan las convocatorias independentistas. Lo sorprendente es que, al
contrario de los jóvenes funcionarios de vida fácil, esta generación ha vivido
épocas difíciles, de falta de libertades y de precariedad económica. Sin
embargo viven el momento como adolescentes: sin valorar nada de lo conseguido
en estas últimas décadas y pensando que cada generación debe comenzar de
cero. Quizás creen que tienen una última
oportunidad para vivir un bello epitafio y que sus canas les servirán de escudo
cuando comiencen los palos en las calles.
Los
demás iremos a nuestros trabajos como si hoy no fuera un día histórico, pero sin
poder evitar ya cierta nostalgia por esa aburrida democracia que con mucho
trabajo se ha ido construyendo a los largo de estos últimos cuarenta años y que
parece irrecuperable. Porque sí, señora vicepresidenta del Gobierno, ellos han conseguido llegar más lejos de lo que
nunca habían soñado y nosotros hemos perdido la
iniciativa. Comenzamos a tener más esperanzas en el fallo del contrario que en un gobierno de España
que ha demostrado estar dirigido por unos políticos absolutamente ineptos.
Ojalá no sea así, porque de aquí a dos meses comenzará
un nuevo año y, con sus renovados días de vacaciones y moscosos por delante, será muy difícil que los funcionarios de la revolución vuelvan
a sus palacios en invierno.