sábado, 15 de diciembre de 2018

El final del consenso charnego





Aún estamos en plena guerra del procés y ya son muchos los que piden el armisticio,  nostálgicos de un pasado donde el conflicto no era visible porque uno de los contendientes había consensuado su autodisolución. Ya se sabe, 40 años de franquismo y de imposición del español sobre el catalán y todo eso pesaba mucho incluso para los charnegos que ya habíamos crecido en democracia y veíamos normalizarse la presencia del catalán en la escuela. Tras otros cuarenta años de democracia y treinta de catalanismo institucionalizado en los que hemos aprendido a hablar catalán y a utilizarlo regularmente, nuestras élites nacionalistas decidieron que ya estábamos maduros para el último paso tras dejar de hablar el español: dejar de ser españoles, simplemente. Pero fue dar la puntilla y revivir esa parte de la sociedad casi disuelta con la manifestación del 8 de octubre del pasado año. Como ha entendido perfectamente ERC, serán necesarios unos pases más de muleta para rematar la faena.

Al fin, saben perfectamente que tienen a su disposición todo lo que necesitan y que es cuestión de tiempo. Como sugiere Gellner, la nación no es previa al estado, sino que es el estado el que proporciona los instrumentos a los nacionalistas para crear su nación imaginada: educación, medios de comunicación, etc. Lo singular de los nacionalistas catalanes es que, sin tener estado, la España autonómica le ha proporcionado el control de todos esos resortes para ir construyendo su nación. Solo les ha faltado el control de la justicia para culminar su sueño; eso y la dificultad que encontraron para convencer al resto del mundo que España, una de las “democracias plenas” segúnThe Economist, se dedica a discriminar a una de sus regiones más prósperas. Con Franco todo les hubiera ido mejor. Esa es la paradoja: tras cuarenta años de un franquismo lesivo para las libertades y la lengua catalana las posiciones independentistas eran marginales, mientras que tras cuarenta años de democracia e impulso del catalanismo como nunca en la historia el independentismo ha calado en la mitad de la población. Mucho, pero no lo suficiente: cuarenta años de construcción nacional solo ha dado para una pared medianera.

La pregunta que debemos hacernos es si esa construcción es reversible o esa pared es un  muro de contención que acabará por ceder. Para revertir esa situación cada uno deberá cambiar los pasos de su vida, mientras que el PSC se dedica a planificar la vuelta al pasado, sin entender que lo que vivimos no es un accidente sino la consumación de todo lo anterior.

A nivel personal debemos asumir que ese “consenso charnego” que nos llevó a muchos a utilizar nuestra lengua solo en la intimidad para compensar los históricos agravios al catalán debe acabarse. Hay que volver a sacar nuestra lengua a pasear, a comprar, sin complejos, hasta que verdaderamente nos creamos que Cataluña es bilingüe y que es bueno que así sea. A estas alturas ya sabemos que nuestros nacionalistas entienden todo consenso como claudicación. Ellos siempre han estado en estado de guerra.  

Los charnegos que quieran ir más allá, deberán empezar a colaborar para construir una Cataluña no nacionalista. Ahora ya es una cuestión de supervivencia. Hay que ser capaces de escribir un “libro de estilo” alternativo a estos treinta años de nacionalismo en educación, medios de comunicación o espacio público que seduzca a aquellos que aspiran a vivir en una sociedad plural y no en esta organización progubernamental dirigida a la consecución de un único fin. Hay que saber ponerlo por escrito para creernos que es posible y, claro, contar con alguien que se esfuerce en alcanzarlo.

Y aquí llegamos al papel del Estado ¡Lo que les cuesta a los políticos que lo dirigen entender que el Estado es tan propio de Cataluña como la Generalitat! Que tan legítimo es el poder de uno como del otro y que debe ejercerse sin pedir perdón antes que el muro de contención ceda. Ahora que están tan tentados a forzar el armisticio con los políticos que dirigen la Generalitat hay que recordarles que su omisión no acabará con el conflicto, sino que hará que rebose lo institucional hasta convertirse en violencia en la sociedad. Estamos en una guerra y deberá haber vencedores y vencidos, y mejor que pierdan las instituciones que las personas.