miércoles, 28 de abril de 2010

¿El velo como síntoma o como síndrome?


El caso de la niña de Pozuelo a la cual no se le ha permitido asistir a clase con velo ha venido a polarizar un debate ya de por sí muy polarizado. La novedad es que ha servido para desfigurar unos polos que, de tan sólidos, están esclerotizando la vida pública de este país. Así hemos visto abundante tacticismo en progres, posicionándose a favor de la prohibición del velo y en una jerarquía eclesiástica en contra de esa prohibición; unos y otros pensado seguramente más en la cruz que en las ideas.

Sin embargo, la relevancia del debate esta, precisamente, en que remueve las ideas. Una vez más se demuestra que lo exógeno es un fenomenal reactivo. La sociedad abierta a la que aspiramos se define por la defensa de la libertad individual frente a la coerción colectiva, pero esa definición se concreta en la defensa de las minorías frente a las mayorías tanto como del individuo frente a su propia comunidad, sea minoritaria o no. El debate del velo se sitúa en la intersección de ambas libertades: prohibir el velo ¿es querer desterrar un símbolo de una minoría del espacio público? ¿No será, por el contrario, salvaguardar la libertad de la mujer respecto a las coacciones de su propia comunidad? Lo esencial es que se trata de un acto individual (como colgarse una cruz al cuello) y no de un posicionamiento colectivo (como colgarla en la pared de un aula), lo que simplificaría definitivamente el debate. Al no haber imposición a terceros el respeto a una opción personal –y el derecho inherente a su manifestación- debería prevalecer, ya que indagar sobre si se trata de un acto voluntario o inducido nos llevaría a resucitar el concepto –que no la palabra, definitivamente muerta- de alienación, puerta por la cual todo totalitarismo se ha colado a lo largo de la historia.

Pero imaginemos que sí, que se trata de un signo de dominación de la mujer que debe ser censurado socialmente. ¿Se trataría de un síntoma o de un síndrome? Es decir, el velo ¿seria un indicador público y visible de una dominación privada? Si fuera un síntoma mal haríamos en prohibirlo, pues sacrificaríamos la fiebre sin la cual es imposible detectar la amplitud y evolución de la dolencia real: la imposibilidad de la mujer de tomar libremente las decisiones que atañen a su vida bajo una coartada religiosa. Plantearlo como un síndrome, como una parte consustancial del problema tal y como hace, por ejemplo, el feminismo respecto a la publicidad, significa agotarse en el epifenómeno sin encarar el fondo del asunto conformándose, simplemente, con perderlo de vista.