viernes, 1 de septiembre de 2017

¿Somos los catalanes los nuevos negros?

De todos los símiles que han utilizado los nacionalistas para blanquear su cruzada contra el Estado (de derecho) el más sangrante ha sido el de Rosa Parks y su asiento de blancos en un autobús sureño. En ese gesto han encontrado inspiración nuestros gobernantes para apalancarse en el asiento trasero de sus coches oficiales.

El gesto de Rosa Parks plantea el clásico dilema socrático de si se debe acatar una ley, aunque sea injusta. Pero su fuerza radica en cuestionar una ley que sancionaba una discriminación individual. Solo las causas colectivas que nacen de la injusticia sufrida por una persona son merecedoras de cambiar la sociedad. Y sin embargo, ¿Qué discriminación sufrimos los catalanes? Dicen que no nos dejan votar, ¿Pero qué español ha podido votar más que nosotros? ¿Qué derecho ahora inculcado tendría el nuevo catalán cuando dejara de ser español? Ninguno, como es normal cuando se vive en democracia bajo el gobierno de una constitución.

En Cataluña vivimos en un proceso de regresión al puaj, qué aburrimiento adolescente en que, cansados de paz y prosperidad, millones de ciudadanos acomodados están dispuestos a sacrificar todo lo que tienen como si no tuvieran nada que perder con tal de embriagarse con un poco de emoción colectivista.   


¿Piensan que ese trago saldrá gratis? Sócrates y Rosa Parks pagaron muy cara su justa desobediencia y honraron tanto su gesto que no pensaron que se pudiera romper las reglas impunemente. Su sacrificio tenía el valor que le otorgara la firmeza del poder al que se enfrentaron. Por el contrario, el adolescente que subyace en el nacionalista se escandaliza porque el Estado se defienda y no se limite a dispersarse pacíficamente ante su presencia. Lo quiere todo y ahora, pero sin pagar. No respeta a lo que se le opone y así pierde la oportunidad de honrar a su causa.