miércoles, 6 de junio de 2012

Una modesta propuesta para salvar España (II). La independencia de Catalunya

La final de la Copa del Rey pasó y, como apunta Quirós, más que hablar de las consecuencias deberíamos hablar de las causas. Hablemos pues de las causas, del debate sobre el estado autonómico que la crisis parece haber impuesto. 
Que el estado autonómico ha fracasado es un hecho. Para evaluar el éxito o el fracaso de una institución se debe partir de la finalidad con la que fue instaurada. Ésta no era la descentralización administrativa de un estado centralista e ineficaz, sino encontrar una solución, en democracia, al problema vasco y catalán, de manera que los nacionalismos se sintieran cómodos en otra España. Quizás el "café para todos" ahora tan denostado hubiera sido una buena solución para hacer compatible la cuadratura -militar- con el círculo centrífugo de los nacionalismos, pero no ha salido bien. Por otra parte, no podemos juzgar en absoluto a la Transición por este fracaso, pues su función era facilitar el paso de una dictadura a la democracia, no solucionar los problemas finiseculares de España. En perspectiva permitió conllevar el conflicto hasta ahora, cuando será una democracia consolidada quien deberá gestionar su evidente fracaso. 
Porque ha fracasado, y ello es evidente cuando tras 30 años de democracia, en los cuales la lengua catalana se ha institucionalizado y el gobierno autónomo gestiona competencias esenciales, hay más personas a favor de la independencia que al principio de este viaje. Esta es la pregunta esencial: ¿Cómo puede ser que sean más los catalanes que rechazan una España democrática después de 30 años de autogobierno que los que rechazaban una España dictatorial después de 40 años de franquismo? Responder a esta pregunta es un reto para  los que practican el voluntarismo en política, un territorio complejo que hay que transitar con la certeza de que muy pocas veces el camino más recto es el más corto.
En este rechazo a España tiene mucho que ver la política del agravio constante que ha gobernado Catalunya de manera casi incontestada y según la cual sólo desde la confrontación podría sobrevivir el país, la lengua...o la opción política nacionalista, que ha conseguido amalgamarlo todo. Pero también la incapacidad de las élites españolas que, acomplejadas, han sido incapaces de reconocer y hacer reconocible el atractivo de la propio. España no seduce.
Quizás ahora, que definitivamente todos han tomado conciencia de que se ha acabado el pastel, también se acabe el café para todos y ya, sin ruido de sables, los dos grandes partidos políticos accedan a inflingirse su propia Ley para la Reforma Política que termine con este estado autonómico simétrico en favor de otro asimétrico, donde la potestad legislativa -que es lo que hace efectivo el autogobierno- quede reservado para Catalunya y el País Vasco y el resto del territorio sea gobernado por un único gobierno eficiente. Así los nacionalismos tendrían lo que tanto ansían: el reconocimiento de la diferencia. Seguramente la sociedad está ya madura para esto. En vista de la formidable capacidad corrosiva de toda realidad que hasta hace poco parecía inamovible que tiene esta crisis, bastaría con preguntar a los ciudadanos su preferencia entre tener un Parlamento con sus correspondientes diputados o mantener servicios públicos que corren el riesgo de perderse. Los que posiblemente no estén dispuestos a ello todavía -y seguramente hasta que ya sea demasiado tarde- sean los propios partidos políticos mayoritarios que han gobernado sin apenas excepciones todas las Comunidades Autónomas excepto Catalunya y el País Vasco.
Soy consciente de que no deja de ser también un ingenuo ejercicio de voluntarismo político pensar que ello saciaría la ambición de los nacionalismos. En Catalunya, a los que vivimos cómodos en la idea de España nos acecha la melancolía ante un proceso secesionista que parece imparable: el soberanismo (que es como se define actualmente el independentismo) ocupa ya todos los resortes del poder, el político, el económico y el mediático de manera singular...con el beneplácito de los catalanes (melancolía). Es una sutil lluvia fina, insuficiente para evitar salir de casa, pero que te cala hasta los huesos antes del llegar al destino. Y es que cuando se escriba la crónica del camino hacia la independencia no se celebrarán tanto acciones heroicas como sutiles omisiones cómplices (como no podría ser de otra manera en un país que hace de una derrota su fiesta nacional). Los hitos serán decisiones como las del Ayuntamiento de Girona declarándose insumiso fiscal  o el Ayuntamiento de Ripoll declarando persona non grata al Rey de España. En ambos casos el mecanismo es el mismo: presentación de una propuesta por parte de partidos minoritarios y rupturistas que prosperan...por la abstención de los dos grandes partidos de gobierno, CiU y PSC, que parece que nada tienen que decir ante estos ataques simbólicos a los símbolos. Partidos sin Política, que han renunciado a toda voluntad pedagógica en su acción que emane de ciertos principios, puro tacticismo, un mal que es general en toda España pero que es en Catalunya donde ha llegado a su máxima expresión. Aquí no existe ningún dique para aquellos que, desde una posición minoritaria, quieren dirigir a la mayoría hacia la puerta de salida.
La realidad es que son cada vez más los catalanes que no se quieren como lo que son, por ahora españoles, y  han contagiado a buena parte de una izquierda española que se desprecia por serlo. Y si las personas no se quieren en lo que son no pueden movilizar lo mejor de sí mismos en una situación como la que ahora vivimos, no es posible evitar la decadencia y la descomposición del país en su conjunto. Para unos la ruina del Estado real hace más insoslayable la promesa de prosperidad de los estados posibles. Para otros, la desafección de la periferia es un lastre para España.
¿Recuerdan ustedes la escena de Master and Commander en la cual el Capitán Aubrey ha de escoger entre salvar el barco o intentar salvar al marinero caído entre los restos de un mástil que amenaza con llevarse al fondo del mar al Surprise? La tormenta de la crisis amenaza con poner en esa tesitura a Catalunya y España. Unos y otros se querrán ver reflejados en el Capitán Aubrey, pero esta diferencia no cambia lo esencial: la creencia de que ya no nos podemos salvar juntos, de que es mejor soltar amarras para que al menos alguien se salve...y confiar en que se está situado en el lado bueno del cabo.