lunes, 21 de octubre de 2019

Los ayuntamientos del cambio



Ada Colau me obliga a vender mi preciosa moto, demasiado vieja para esta ciudad. Me consuela saber que este gesto mío salvará la vida de millones de personas que ya no morirán por efecto de la polución...o no. ¿Compensarán los hipotéticos beneficios sociales los reales sacrificios individuales? Tanto da. Como tantas otras medidas bienintencionadas de la administración, ningún político pagará por los gastos de aquellos que deberán cambiarse de vehículo si el tiempo demuestra que sus objetivos o cuartadas no respondían a la realidad.

Medidas como éstas son coherentes con la izquierda, que antepone lo colectivo a lo individual, pero es, a la vez, sintomático de cómo ha cambiado. ¿No se plantea que esa medida perjudicará a sus votantes, a esos de “abajo” que no pueden permitirse cambiar su diésel de más de 15 años por un híbrido? Quizás ya no sea necesario porque su base electoral ha mutado y ya no son obreros, sino funcionarios los destinatarios de su mensaje. Los primeros sufren la realidad, los segundos la viven a resguardo del estado y por ello están tentados a pensar que basta con gestionar la sociedad como gestionan su organización para que su bienestar llegue a todos.

Si detrás de todo político hay un ingeniero social, la nueva izquierda de los ayuntamientos del cambio lleva al paroxismo la creencia del “querer es poder”. En Barcelona hemos pasado de una izquierda socialista, frívola pero inteligente, que sabía que la realidad existe y que hay que saber gestionarla, a una izquierda que cree que la realidad no existe más allá de su voluntad. La primera sabía que toda ciudad turística es cara, pero que la riqueza de la urbe-escaparate podía llegar a una población que viviría con altos niveles de vida en sus ciudades periféricas. La segunda solo sabe responder a las externalidades de la riqueza...reivindicando la pobreza. La involución de la nueva política se manifiesta en la sustitución del economista por el politólogo; del gestor por el propagandista. ¿Ha valido la pena sacrificar una clase política corrupta por otra infantil?...sería la primera vez que unos ideólogos que promueven un mayor peso del estado sobre la sociedad no generan una mayor corrupción. Hemos dado el poder a los niños que acabarán por tirar al adulto con el agua sucia.

lunes, 18 de febrero de 2019

Lectura semanal: Comunidades imaginadas, de B. Anderson



Un clásico del estudio del nacionalismo (Aquí un resumen).  En este libro Anderson define las tres grandes paradojas del nacionalismo:


1. La modernidad objetiva de las naciones (la palabra nacionalismo solo tuvo uso generalizado a finales del siglo XIX frente a la antigüedad subjetiva a la vista de los nacionalistas.

2. La universalidad formal de la nacionalidad como un concepto sociocultural frente a la particularidad irremediable de sus manifestaciones concretas.

3. El poder político de los nacionalismos frente a su pobreza e incoherencia filosófica (no existen grandes pensadores del nacionalismo).


De raíz marxista, Anderson ve en el capitalismo impreso el impulso esencial para el desarrollo del nacionalismo. La lengua impresa impulsó la conciencia nacional creando campos unificados por debajo del latín y por encima de la multiplicidad de lenguas habladas (creando la conciencia de compartir una lengua que les separaba de las otras) y fijando un lenguaje que proporciona la idea de venir de un pasado muy lejano y compartido. En resumen: "la convergencia de capitalismo y tecnología impresa en la fatal diversidad del lenguaje humano hizo posible una nueva forma de comunidad imaginada, que es lo que preparó el escenario para la nación moderna".





sábado, 15 de diciembre de 2018

El final del consenso charnego





Aún estamos en plena guerra del procés y ya son muchos los que piden el armisticio,  nostálgicos de un pasado donde el conflicto no era visible porque uno de los contendientes había consensuado su autodisolución. Ya se sabe, 40 años de franquismo y de imposición del español sobre el catalán y todo eso pesaba mucho incluso para los charnegos que ya habíamos crecido en democracia y veíamos normalizarse la presencia del catalán en la escuela. Tras otros cuarenta años de democracia y treinta de catalanismo institucionalizado en los que hemos aprendido a hablar catalán y a utilizarlo regularmente, nuestras élites nacionalistas decidieron que ya estábamos maduros para el último paso tras dejar de hablar el español: dejar de ser españoles, simplemente. Pero fue dar la puntilla y revivir esa parte de la sociedad casi disuelta con la manifestación del 8 de octubre del pasado año. Como ha entendido perfectamente ERC, serán necesarios unos pases más de muleta para rematar la faena.

Al fin, saben perfectamente que tienen a su disposición todo lo que necesitan y que es cuestión de tiempo. Como sugiere Gellner, la nación no es previa al estado, sino que es el estado el que proporciona los instrumentos a los nacionalistas para crear su nación imaginada: educación, medios de comunicación, etc. Lo singular de los nacionalistas catalanes es que, sin tener estado, la España autonómica le ha proporcionado el control de todos esos resortes para ir construyendo su nación. Solo les ha faltado el control de la justicia para culminar su sueño; eso y la dificultad que encontraron para convencer al resto del mundo que España, una de las “democracias plenas” segúnThe Economist, se dedica a discriminar a una de sus regiones más prósperas. Con Franco todo les hubiera ido mejor. Esa es la paradoja: tras cuarenta años de un franquismo lesivo para las libertades y la lengua catalana las posiciones independentistas eran marginales, mientras que tras cuarenta años de democracia e impulso del catalanismo como nunca en la historia el independentismo ha calado en la mitad de la población. Mucho, pero no lo suficiente: cuarenta años de construcción nacional solo ha dado para una pared medianera.

La pregunta que debemos hacernos es si esa construcción es reversible o esa pared es un  muro de contención que acabará por ceder. Para revertir esa situación cada uno deberá cambiar los pasos de su vida, mientras que el PSC se dedica a planificar la vuelta al pasado, sin entender que lo que vivimos no es un accidente sino la consumación de todo lo anterior.

A nivel personal debemos asumir que ese “consenso charnego” que nos llevó a muchos a utilizar nuestra lengua solo en la intimidad para compensar los históricos agravios al catalán debe acabarse. Hay que volver a sacar nuestra lengua a pasear, a comprar, sin complejos, hasta que verdaderamente nos creamos que Cataluña es bilingüe y que es bueno que así sea. A estas alturas ya sabemos que nuestros nacionalistas entienden todo consenso como claudicación. Ellos siempre han estado en estado de guerra.  

Los charnegos que quieran ir más allá, deberán empezar a colaborar para construir una Cataluña no nacionalista. Ahora ya es una cuestión de supervivencia. Hay que ser capaces de escribir un “libro de estilo” alternativo a estos treinta años de nacionalismo en educación, medios de comunicación o espacio público que seduzca a aquellos que aspiran a vivir en una sociedad plural y no en esta organización progubernamental dirigida a la consecución de un único fin. Hay que saber ponerlo por escrito para creernos que es posible y, claro, contar con alguien que se esfuerce en alcanzarlo.

Y aquí llegamos al papel del Estado ¡Lo que les cuesta a los políticos que lo dirigen entender que el Estado es tan propio de Cataluña como la Generalitat! Que tan legítimo es el poder de uno como del otro y que debe ejercerse sin pedir perdón antes que el muro de contención ceda. Ahora que están tan tentados a forzar el armisticio con los políticos que dirigen la Generalitat hay que recordarles que su omisión no acabará con el conflicto, sino que hará que rebose lo institucional hasta convertirse en violencia en la sociedad. Estamos en una guerra y deberá haber vencedores y vencidos, y mejor que pierdan las instituciones que las personas.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Todo lo que no es político es personal




Algo suena extraño cuando escuchamos a Pablo Iglesias decir que se deben “democratizar”los toros ¿Se referirá a la necesidad de bajar los precios de las entradas para que los desfavorecidos de la sociedad puedan asistir a las corridas? No, todo lo contrario, se trata de que la mayoría + 1, determinen si alguien, desfavorecido o no, puede ir a verlos. Si asistir a las corridas de toros no es obligatorio, ¿Por qué convertirlo en una disyuntiva para el conjunto de la sociedad? ¿Por qué generar desde la política esa escasez artificial de la diversidad humana?
Para la tradición colectivista, a la que Pablo Iglesias pertenece, la democracia no es solo un sistema mediante el cual dirimir la cuestión de quién debe gobernar sin que la alternancia precise derramar sangre, sino una oportunidad para que las mayorías puedan actuar sin limitación en cualquiera de los ámbitos de la vida de las personas. Sin norma superior que limite ese poder, basta conseguir la mitad más una de las voluntades para imponer tu idea del bien al conjunto de la sociedad, sea en el ámbito de la política como de la estética. Al despotismo se le ha complicado llegar, pero a cambio se le ha facilitado mantenerse: ya no se trata de convencer a un Líder Supremo, sino a un +1 del montón. Tal es el prestigio de la palabra democracia que se ha convertido en el más efectivo caballo de Troya de la libertad. Ningún buen liberticida puede prescindir de ella, sea para anatematizar como fundamentalistas democráticos a los incomprensivos con los propios, sea para adjetivar al régimen tirano alemán que se confrontó al federal.

La utilización liberticida de la palabra democracia tiene su correlato en la manida frase de Kate Millett: “todo lo personal es político”. Otra muletilla que suelen utilizar la gente de izquierdas, sean antitaurinos o no. Su mención por parte de un político es analgésica para todos los que sufren con su condición sexual o religiosa: la sociedad pronto llegará al rescate y se van a enterar todos de lo que uno sufre en silencio. Pero lo que valora el colectivista no es aliviar la soledad individual sino su reverso, la oportunidad para que los políticos puedan ocupar todo lo personal, decidiendo sobre las vidas y haciendas privadas, haciéndolas objeto de debate público y convenciendo –sofistas- a la mayoría para que limiten tu libertad individual.

En esa ambición de determinar políticamente lo que está más allá de la política está en el germen del totalitarismo. Es Goebbels inaugurando una exposición sobre el “arte degenerado” porque el régimen sabe interpretar lo que el pueblo determina como estéticamente correcto. Es Stalin convirtiendo al socialismo a la mismísima biología gracias a Lysenko…o es el poder político bienintencionado no permitiéndote ir a los toros porque la mayoría + 1 se cree con legitimidad para decir lo que puedes o no puedes hacer con tu dinero y tu tiempo.