domingo, 26 de diciembre de 2010

Nada personal


La Fundación Secretariado Gitano ha presentado recientemente su informe anual sobre discriminación correspondiente al año 2009. En él se documentan 131 casos de discriminación contra este colectivo, de los cuales un 36% refieren a contenidos de ese carácter en los medios de comunicación. Es decir, que a lo largo del año pasado sólo se denunciaron 80 casos de discriminación sufridos por personas. La verdad es que me parecen pocos, quizás porque el gitano no debe ser un colectivo muy amigo de denuncias ni de policías, aunque sólo lo sean de la corrección política.

Pocas comunidades –realmente ninguna- cargan en nuestro país con tantos prejuicios como la gitana. El prejuicio, en sí, es un mal necesario. Responde a la necesidad de formarse un criterio sobre algo en ausencia de información, y se elabora a partir de generalizaciones basadas en cálculos de probabilidades. Si pensamos en universales, el prejuicio es inevitable. Esa información difusa es la que, por un criterio de prudencia, nos hará cambiar de acera si vemos a una persona con aspecto sospechoso avanzar hacia nosotros en un callejón oscuro, por utilizar una manida imagen cinematográfica que, además, nos evita dar nombres -por lo de oscuro. Tener prejuicios es natural e inevitable. Lo que es evitable –y da razón de nuestra calidad humana- es no saber dejar en suspenso esos prejuicios cuando entramos en contacto con esa misma persona al día siguiente en el trabajo. Toda persona tiene derecho a que se juzgue por sí misma y no por su universal, y sólo después se podrá comprobar si su calidad personal confirma la probabilidad estadística en la que se funda el prejuicio.

Pero ahora estamos rodeados de diferentes. Vivimos una explosión de la diversidad certificada desde los discursos oficiales y los gitanos han dejado de ostentar en exclusiva el agravio del racismo. Un racismo que no es necesariamente como el decimonónico, para el cual la diferencia sólo merecía el desprecio que se siente hacia lo inferior. Ahora al diferente no le desprecia sino que se le teme, por el mismo motivo que Nietzsche era misógino, porque reconocía en la mujer que encarnaba su hermana a alguien que podía ser más fuerte que él. Más fuertes, más jóvenes, más intrépidos, menos anquilosados por las comodidades del estado beneficiente, más orgullosos de sus creencias que nosotros de las nuestras, fatalmente erosionadas después de un siglo flagelándonos por nuestro etnocentrismo. Nos molesta el extranjero porque nos enfrenta con nuestras propias externalidades negativas.

En contra de la opinión del progresismo bien intencionado, la diversidad no es una virtud en sí misma, sino un hecho fáctico y verificable. Lo que sí es un ejercicio de virtud es la adaptación de las estructuras políticas y sociales que las sociedades abiertas han llevado a cabo para aceptar y asumir esa diversidad. Las sociedades abiertas o liberales se diferencian de las sociedades cerradas o autoritarias en que, al hacer de la libertad su valor preeminente, pueden asumir sin debilitarse la pluralidad de los proyectos vitales de sus individuos. Si la tesis del choque de civilizaciones fuera cierta, éste no se produciría entre diferentes valores substantivos, sino entre las sociedades que hacen de la asunción de su pluralidad interna un valor y aquellas que sofocan esa pluralidad interna a favor de una determinada idea del bien impuesta por el poder político. La superioridad de las sociedades abiertas radica en otorgar valor al formalismo, lo que hace posible la coexistencia de los valores substanciales en un pluralismo que no debe confundirse con relativismo: no todos los proyectos vitales tienen el mismo valor, aunque a todos se les otorgue el derecho a coexistir.
Es en este contexto que se debe revalorizar el concepto de tolerancia, también muy denigrado por el buenismo progresista. Según sus críticos, tolerar implica aceptar una relación de superioridad sobre el tolerado, lo cual sería intolerable entre iguales. Pero es justamente por revelar las relaciones de poder por lo que este concepto tiene valor. Tolerar no significa otra cosa que aceptar la existencia de lo que no me gusta…sin exigir al poder político que lo haga desaparecer. En contra de la opinión general, es un concepto más analítico que normativo, pues refiere a los límites que una sociedad se impone a la hora de utilizar su poder de coerción. No es cierto yo pueda exigir al conjunto de la sociedad que apruebe mi conducta, ni que me acepte como soy, ni siquiera puedo exigirle que disimule su rechazo, pero lo que sí puedo exigirle es que me tolere, es decir, que no demande al poder que me envíe a la policía –la de verdad, no la de la corrección política- para que sofoque la cuota de pluralidad que represento.

sábado, 27 de noviembre de 2010

28-N


Desconozco si cometo algún delito publicando este análisis electoral en plana jornada de reflexión, pero confío en que para cuando alguien lea esta entrada el delito ya haya prescrito.

Mañana, si las encuestas no se equivocan, terminará la experiencia del tripartito catalán que comenzó hace ocho años con el errático Maragall y que acabará con el hierático Montilla. Dos actitudes diferentes para un mismo resultado: el liderazgo ideológico de Esquerra Republicana de Catalunya. Hoy, más que nunca, el independentismo o soberanismo es la piedra de toque de la agenda política catalana, el “horizonte de nuestra época”, como decía Sartre del marxismo. Ello se debe a dos carencias del PSC. Una estructural, la que tiene que ver con la histórica indefinición del partido socialista respecto a las relaciones entre Catalunya y España; una carencia que en la oposición no se percibía tan problemática, pero que en el gobierno no permite disimular lo desnudo que está el rey. La otra carencia del PSC es más coyuntural y tiene que ver con la personalidad de José Montilla; un político serio, que forjó su liderazgo en el partido a base de administrar sus muchos silencios, los cuales no le han permitido, sin embargo, tener una voz propia frente al griterío de sus socios de gobierno. Su hieratismo, tan útil para dominar una organización, no sirve para liderar una sociedad. Todas estas carencias del socio mayoritario le ha otorgado la preeminencia ideológica a quién sí sabía lo que quería hacer con el gobierno, como siempre pasa cuando la indefinición se junta con el carácter.

Así, fijado el debate identitario como central, poco puede hacer un Partido Socialista que siempre se ha mostrado incómodo en ese escenario. Su campaña, basada en mostrar los resultados de su gestión no tiene ninguna posibilidad de llegar al electorado, ya que cuando las grandes ideas se mueven la gestión es secundaria; y este es un momento de ideas, de decisiones cruciales.

La convocatoria de elecciones ha sido positiva en sí misma, en cuanto ha significado una ruptura en la tendencia soberanista que estamos viviendo. La duda está en saber si se tratará de una ruptura perdurable o, por contra, de una pausa hacia una profundización en la misma. Si sólo ha sido una pausa entraremos en una fase de gran inestabilidad. El argumentario soberanista se nutre de medias verdades, una de las cuales es la existencia de un estado autonómico que, bajo la coartada de la solidaridad, premia a las comunidades menos productivas. Pero aunque esto sea verdad, la pérdida de recursos económicos para Catalunya que implica la solidaridad entre territorios sería menor que la resultante de la inestabilidad que produciría una profundización en el debate independentista. El camino hacia la independencia sólo sería posible asumiendo un alto coste económico. Europa, es decir, la Unión Europea, es decir, la Unión de los grandes estados europeos difícilmente permitirían una secesión en la nación más antigua de Europa que sirviera de ejemplo e inspiración a los muchos movimientos nacionalistas que existen en sus territorios sin sancionarla. No sería inverosímil que Catalunya cargara con un castigo económico preventivo, pues seguramente todos los estados tendrían incentivos para, por una vez, ponerse de acuerdo en algo sin que la división según intereses nacionales permitiera cierto juego a un hipotético estado catalán.

Pero la lucha de ideas no se ganará enumerando las dificultades económicas de la ruptura con España, antes al contrario la avivaría al plantear un fenomenal reto colectivo, ahora que existen tan pocos. El triunfo ideológico sobre el soberanismo sólo puede provenir de un discurso positivo de la relación entre Catalunya y el resto del Estado; un discurso todavía pendiente, tanto por parte de una España que se ha quitado los complejos que la unían al franquismo y que ya no cree necesaria más pedagogía, como por parte de los partidos no nacionalistas catalanes que siguen estando, por contra, muy acomplejados a la hora de asumir su condición.

El anunciado triunfo de CiU no significará, necesariamente, ahondar en la vía nacionalista a pesar del discurso reciente de Artur Mas. Su pedigrí catalanista hará innecesarias las demostraciones de catalanidad que a cada instante parecían tener que realizar los socialistas. Volveremos al oasis catalán, una ciénaga donde nada se mueve porque todo está nacionalmente en su sitio. Si no gana por mayoría absoluta será muy importante que el Partido Popular -el único partido no nacionalista con capacidad de influencia- sea más decisivo que Esquerra Republicana, de manera que Convergència i Unió se vea impelido por lo que ellos entienden que es un agente externo a postergar su sueño soberanista y volver a la agenda pragmática en que tan cómodo se sentía el partido de Pujol.

Un mal menor, pues lo que ya parece irrecuperable es que este modesto retablo político pase a ser el centro de la vida social catalana cuando hace unas décadas el país real giraba alrededor de la iniciativa empresarial y una sociedad civil que ahora no es más que un apéndice del poder autonómico. Pareciera que en esta España, a los catalanes nos fuera mejor como judíos, sin poder político, recluidos en nuestros negocios y haciendo de la imposición virtud que como marranos, convertidos a un poder político provinciano. En el camino hemos dejado de ser la mejor Villa para vivir en una mediocre Corte.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Pensamiento líquido


El pasado mes de octubre el sociólogo de moda, Zygmunt Bauman, pronunció una conferencia (catalán) en Barcelona sobre "las nuevas y viejas dimensiones de la desigualdad". En ella muestra la virtud expositiva que le ha hecho tan popular: la capacidad de relacionar autores mediante citas resultonas que va concatenando a favor de su idea, la sociedad líquida. Una especie de Reader’s Digest con tesis que hilvana en un discurso confuso pero ameno, dictado por un entrañable señor de pelo blanco. Todo muy fluido, pero en el fondo nada sólido.

En concreto, tres son las ideas que desarrolla en la conferencia. En la primera hace una loa a la imprevisibilidad como garantía de poder, pues “a aquél que es imprevisible siempre se le debe atención”. Se le olvida decir en qué ámbito esto es así, pues quizás en el mundo artístico esa característica sea una virtud, pero no en el mundo económico donde la previsibilidad en las actuaciones o en los contratos es lo marca la diferencia entre los que están y los que quedan marginados.

Para presentar su segunda idea se sirve de una anécdota sobre la política de salarios altos que promovió Henry Ford. Cualquier tiempo pasado fue mejor (¡incluso el fordismo!) para denunciar una presente rescisión unilateral del contrato (social) por parte del empresariado, pues Bauman constata que, a la vez que el capital no encuentra ninguna traba para la internacionalización, la mano de obra se mantiene “ligada a la tierra” sin posibilidad de aprovecharse de las oportunidades de la globalización. Dejando de lado que la realidad de los procesos migratorios contradice esa constatación, la verdad es que el origen de esa asimetría entre capital y mano de obra no estaría en el beneficio empresarial, sino en el miedo de la masa social de los países occidentales (sobre todo de los trabajadores menos cualificados) al dumping laboral. Al final, el eslogan según el cual “las personas no son una mercancía” tiene un sentido más analítico que normativo, en contra de la creencia de la progresía que la ha hecho suya. Las personas, cuando emigran cargan con creencias, conocimientos y expectativas que las cosas, tan neutras, se dejan en el camino.

La última idea que presenta Bauman mostraría una paradoja de la globalización, según la cual ésta ayudaría a reducir las desigualdades entre países ricos y pobres (tal como los trabajos de Johan Norberg demuestran) solo a costa de ampliar las desigualdades entre pobres y ricos en los países avanzados. Pero esta reflexión, aparte de certificar la superación de la teoría del imperialismo marxista, no proporciona mucha información si no se distingue entre pobreza y desigualdad. Así, cierta desigualdad sería funcional al capitalismo…siempre que se acabe con la pobreza. La promesa de ese capitalismo propio de los países occidentales es erradicar las situaciones de pobreza extrema a cambio de engrasar el sistema con los incentivos que la desigualdad en las recompensas promueve.

Tarantino, molesto con algunas críticas, contrapuso con el desparpajo habitual su forma vigorosa de dirigir con las de aquellos directores maduros que prefieren hacer películas lentas, lo que achacaba a una disfunción eréctil propia de la edad. A Bauman se le nota que hace mucho que no se le levanta cuando piensa, pues todo lo que denota una demostración de vigor social (el cambio, la adaptación, la innovación) le produce una pereza insufrible. Todo lo líquido, lo que fluye, tiene para él una connotación negativa porque obliga a esforzarse al individuo. En su reverso se define: a él no perece gustarle tanto la solidez como las aguas estancadas que no fluyen, la ciénaga en la que la sociedad dicta al individuo lo que debe hacer, desde el nacimiento a la tumba. En consonancia con esta idea de la sociedad no sería de extrañar que este pensador polaco hubiera sido en su juventud seguidor de Hitler y después de Stalin, como tantos otros defensores de las sociedades estáticas. En su biografía no se cumple lo primero (ser judío imagino que fue razón suficiente) pero sí que perteneció al partido comunista polaco (o sea, estalinista). Coherencia personal: en los países del socialismo real, si eras un pensador honesto y no seguías las directrices del Partido acababas necesariamente en la cárcel; si eras un pensador honesto (o no), pero seguías las directrices del partido acababas siendo profesor universitario: Bauman fue profesor universitario.

El viejo anticapitalismo de siempre maquillado (¡una vez más!) por el lenguaje postmoderno: la sociedad líquida.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La palabra es un arma


La escalada mediática que la problemática de la violencia de género ha tenido a lo largo de los últimos años ha significado también la aparición de un léxico nuevo, algo imprescindible si se quiere llamar la atención sobre un hecho preexistente pero que hasta ese momento había sido asumido como una fatalidad. De todas las creaciones del lenguaje que ha generado este hecho, la que más me ha llamado la atención es la de “terrorismo de género” que algunos y algunas utilizan sin rubor. La verdad es que me sorprende la normalidad de su uso, cuando se trata de una auténtica aberración, francamente ofensiva. Calificar de terrorismo a la violencia que algunos hombres ejercen sobre sus parejas implicaría asumir que el conjunto de ellos conformarían cierta organización con una finalidad explícita, para la consecución de la cual utilizarían tácticas de amedrentamiento sobre el conjunto de la sociedad (femenina). Así, todo hombre es calificado de asesino en potencia, siendo aquellos que todavía no han asesinado a sus mujeres meras células dormidas (¿por el fútbol?).

Esto es absurdo, por lo que quiero creer que la finalidad de aquellos que promueven este concepto es otra. Intuyo que lo que pretenden es igualar el impacto social de las muertes de género a las del terrorismo; conseguir que las primeras sean tan inasumibles para la ciudadanía como las segundas, de manera que se movilicen los mismos medios para combatirlas. ¿Por qué la muerte de sesenta mujeres al año debería conmover menos que la muerte de tres o cuatro personas en atentados terroristas? Pero la comparación cuantitativa es irrelevante. Lo que hace insoportable la muerte para la opinión pública no es el número, sino el motivo de la misma. Así, asumimos la muerte de miles de personas en accidentes de tráfico como una fatalidad y así lo vivimos cuando nos toca cerca, pero no soportamos que alguien decida de manera gratuita sobre nuestra vida individualmente, ni colectivamente que nos coaccionen mediante atentados a actuar de una determinada manera. De ahí que nos sonaran tan hipócritas las comparaciones cuantitativas entre unas muertes y otras que de vez en cuando se escuchaban por parte de los portavoces de las organizaciones proetarras. Sin embargo, nada de esto se da en la violencia de género, sencillamente porque no hay interlocutor; es una violencia que no interpele a nadie. Entendemos el sentido de las concentraciones que a lo largo de los últimos años han seguido a cada atentado terrorista -aunque se pueda cuestionar la utilidad o se crea incluso que puedan ser contraproducentes-: dirigirse a los terroristas para mostrar la repulsa social a ese método de conseguir una finalidad política y responder negativamente a sus demandas. Sin embargo, ¿contra quién se dirigen las concentraciones que, por mimetismo, se realizan después de un asesinato machista? No existe interpelación posible, pues se trata de una violencia que se agota en su realización. No hay respuesta que dar, pues nada se reivindica.
Los hombres, sin otro atributo que serlo, no tienen ni relato ni conciencia colectiva. Mejor así. Por ello sería mejor no llamarles terroristas, no tanto por no ofenderlos como por que no se giren todos a la vez. Decía Nietzsche que ser benigno es patrimonio de los fuertes, mientras que son los débiles los que con más saña utilizan la violencia cuando se sienten cuestionados y, francamente, no creo que los hombres, así, en conjunto, estén pasando por su mejor momento.

viernes, 1 de octubre de 2010

Monarquía extemporánea



Hay en España pocas disputas que disparen el imaginario colectivo como la que tienen republicanos y monárquicos. Bueno, monárquicos la verdad es que no existen. Existe cierto juancarlismo sociológico, gente que ya les va bien con lo que hay, sin entrar en esencialismos teóricos. Por contra, sí que existen esencialistas republicanos, que revisten a esa forma de gobierno de una virtú que va más allá de su valor funcional. Reminiscencias de los años treinta. Por contra, ahora se trata de una disputa anacrónica, pues nada impide al Reino de España hacer y deshacer con su sociedad como lo pueda hacer la República Francesa. Y hacerlo, además –y como nos recuerda el monárquico ABC- a un precio competitivo: no sólo porque los gastos corrientes sean comparables, sino porque lo vitalicio del cargo atempera la necesidad de pasar a la Historia con la huella de piedra propia de los gobernantes temporales, como Mitterrand hizo con la Biblioteca Nacional o Pompidou con el Beaubourg.

Para muchos su pecado es de origen, por ser una institución reimplantada por el franquismo. Pero el origen –aunque su cercanía temporal no ayude- no debe ser el criterio para juzgar una institución, sino su funcionalidad. Y en un país tan cainita como el nuestro, delegar la jefatura del estado en una figura externa a la lucha partidista ha sido definitivamente funcional. Y así será, mientras el Rey siga siendo una figura simbólica y no entre -como le pide algún líder de opinión de la derecha- en la definición de las políticas de gobierno. Aristóteles ya se realizaba la pregunta clave en su Política: “¿es preferible poner el poder en manos de un hombre virtuoso o es mejor encomendarlo a buenas leyes?” Y su respuesta tardó unos siglos en seguirse: “Cuanto menos extensas son sus atribuciones soberanas, tanta más probabilidad tiene de mantenerse en toda su integridad”.

Pero el elemento relevante es su carácter hereditario: podemos poner el poder en manos de un hombre virtuoso, pero ¿la virtud se hereda necesariamente con el poder? Aristóteles plantea que no siempre la soberanía debe pasar de padres a hijos en una monarquía; sin embargo, introducir un criterio valorativo y meritocrático en la transmisión del poder socava irremediablemente la institución: ¿por qué confiar en la genética cuando tenemos mecanismos más fiables para escoger al que debemos obedecer? El carácter anacrónico de la monarquía deriva de su condición hereditaria, lo que conlleva la persistencia de una institución basada en un criterio estamental cuando la sociedad actual se basa en criterios individualistas: meritocracia, movilidad social y un igualitarismo exacerbado que lleva, por ejemplo, a poner fuertes trabas en la transmisión de patrimonios entre generaciones no podría aceptar una transmisión de un valor colectivo, como el poder político, sino como resultado de un mérito individual revestido por el consentimiento del conjunto de la ciudadanía. El individualismo hace que los súbditos sólo acepten obedecer a quién creen que es mejor que ellos o, lo que es lo mismo, a aquél que se lo pide; a su vez, el individualismo también conlleva tensiones insalvables en los propios nobles, los cuales ya no están dispuestos a sacrificar su vida por cumplir con su función social y exigen, incluso, casarse por amor. Pero -nobleza obliga- la separación entre lo público y lo privado no tiene sentido cuando tu cargo se debe a la virtud y no a la elección.

Cioran pronosticaba que la Iglesia tenía los siglos contados. La institución monárquica, perdida su áurea divina, quizás pueda ir tirando unas décadas más, pero se lo tendrá que ganar año a año, convenciéndonos a base de simpatía e irrelevancia.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Elogio de Dama

Ya se han hecho públicos los XII Premios Mujeres Progresistas con los que esta federación premia a aquellas personas e instituciones que han ayudado a realzar el papel de la mujer en la sociedad. Una vez más se han vuelto a olvidar de Margaret Thatcher en su apartado internacional, así que desde aquí presento su candidatura para la decimotercera convocatoria. La foto recrea lo que podría ser el evento en la próxima edición. Bien se que no se trata de una candidata progresista y que es improbable que se dignara a recibir el premio, por muy aquejada de Alzheimer que esté, pero la anécdota sirve para plantear el problema que tienen las feministas con la que debería ser una de sus referencias y que, sin embargo y sistemáticamente, obvian.



Los méritos de la candidata Thatcher son innegables, y si puede ser opinable que sea la mujer más relevante del siglo XX, es indudable que está entre las cinco o seis mujeres que cambiaron el papel de la mujer…porque cambiaron el del mundo.

Hasta ella, ninguna mujer había llegado a gobernar un país de verdadero peso mundial como el Reino Unido. Y lo hizo, además, por sí misma, sin ejercer el poder de la manera vicaria como lo han hecho muchas otras mujeres que llegan a gobernar por ser hijas o esposas de. Sus once años de gobierno no sólo cambiaron el devenir de su país, sino del resto de países: primero por ser, como apuntó Vargas Llosa, la ideóloga de la guerra fría que ganó Reagan; pero sobre todo porque hasta su llegada al poder nadie había osado cuestionar el paradigma socialdemócrata que tanto los gobiernos de derecha como los de izquierda asumían como propio. Después de 1990 ningún gobierno, de derecha o de izquierda dejaría de aplicar, en mayor o menor medida, políticas de liberalización como las que ella impulsó y con las que demostró que se pueden ganar elecciones aún enfrentándose a los intereses creados. El suyo fue un éxito rotundo. Sólo así se explica que el principal partido de la oposición se presentara a las elecciones bajo el lema de impulsar un thatcherismo con rostro humano, es decir, con la promesa de cambiar las formas pero mantener el fondo. ¿Se imaginan a Zapatero proponiendo un aznarismo con talante en el 2004? Y, para finalizar, lo hizo desde el partido tory, quizás el partido más clasista y machista de Occidente, lo que no está mal para una modesta hija de tendero.

Pero, ¿por qué es poco probable que a la decimotercera sea la vencida? Pues porque cuestiona ese dogma esencialista que asume el feminismo y según el cual hay una manera femenina de ejercer el poder…y sólo una. Un planteamiento que, paradójicamente, también compartiría con el nacional-catolicismo del cual es reverso, al otorgar a la mujer unas virtudes ligadas a lo emocional que la definen como tal, negándose su condición a quién no las mostrara. ¡Cuantas veces he oído a mujeres inteligentes decir que Thatcher fue una primera ministra, pero que no estaba claro que fuera una mujer!...la Dama de Hierro, la fórmula que acuñaron sus machistas compañeros de partido y que han asumido las feministas sin sonrojo. Negar la condición femenina de Margaret Thatcher por su forma de ejercer el poder y sus propuestas es volver a imponer un corsé –ahora ideológico- a la mujer, en un momento en el cual los roles ligados al sexo se están desfigurando. Pero sobre todo es relegar a la mujer a un papel secundario en la política, al no asumir que ésta tiene unos códigos que deben asumirse si se quiere sobrevivir en un ámbito regido por la violencia, como todo aquél en el cual se dirimen relaciones de poder.

miércoles, 28 de julio de 2010

Se acabó la fiesta


Hoy el Parlament de Catalunya ha votado a favor de abolir las corridas de toros. Hace un par de años escribí un artículo sobre la declaración de ciudad antitaurina de Barcelona que fue el comienzo del proceso que ha llevado a su prohibición. Lo reproduzco aquí en su integridad, pues hoy sí, se acabó la fiesta.


Tarde de toros en Barcelona. Los que hace unas semanas se acercaban a la plaza Monumental de Barcelona lo hacían con un discreto sentido de afirmación colectiva, si no de tímida desobediencia civil, tras la proclamación de ciudad antitaurina por parte de nuestras autoridades municipales. Transformar en sospechosos a las pacíficas personas que llegaban a la plaza es una de las sorpresas a las que nos podemos ver sometidos los ciudadanos gracias a la vigilancia constante de las autoridades por nuestro bien, el cual nos obstinamos en ignorar. Fruto de la mejora de nuestras condiciones de vida, nuestros representantes pueden ampliar sus ámbitos de actuación a la hora de protegernos de nosotros mismos, de manera que también se alcance a reglamentar aquello que nos debe gustar hacer en nuestro tiempo libre. Y esta claro que a las autoridades no les gusta que vayamos a la Monumental.

Hace seis meses el Ayuntamiento de Barcelona, con el voto favorable de IC, ERC i CiU y de algunos concejales del PSC, aprobó una declaración de ciudad antitaurina propuesta por las asociaciones protectoras de animales. Se trata de un acto sin consecuencias legales pero que ha servido para que la Generalitat de Catalunya -que sí es competente para legislar- haya propuesto una comisión para tratar el futuro de los toros en la comunidad autónoma. Un futuro que, a juzgar por la experiencia de la ley de protección de los animales aprobada en 2003, puede ser bastante oscuro. En esta ley, realizada a espaldas de las entidades taurinas, se prohíbe la entrada a las plazas de los menores de 14 años, seguramente con el propósito de evitar la exposición a una violencia que podría generar otras, en la enésima reedición de un argumento profusamente utilizado con los medios de comunicación y que nunca se ha comprobado, pero que permite a los legisladores emular al Platón de La República y definir una pedagogía de estado para nuestros niños, libres al fin de la negativa influencia de poetas y toreros. Dado que los toros en Barcelona subsisten en gran medida gracias al turismo, esta ley puede suponer un golpe mortal a la pervivencia de las plazas catalanas y una fuente constante de acoso por parte de las autoridades locales, como se ha podido comprobar este verano con la amenaza de cierre de la plaza de Tarragona por la presencia de menores en una corrida. Conviene aclarar a los lectores que los niños estaban en la plaza en calidad de espectadores y no para ser lidiados, ya que la virulencia con la cual se aplicó el ayuntamiento en este tema podría haber creado algún equívoco.


Es por ello que los toros han vuelto a llenar páginas y páginas de los diarios catalanes con infinidad de artículos justificando la actuación de las autoridades y unos pocos que a lo sumo practicaban con la fiesta lo que lo que podríamos definir como negligencia benigna. Es curioso que en el argumentario de unos y otros casi no aparezca lo que me parece esencial: la libertad de las personas a dedicar su tiempo libre a aquello que más le apetezca sin que los políticos intervengan, siempre y cuando no se coarte la libertad de terceros e independientemente de la opinión que sobre ello tengan los demás. La utilización del poder político para coartar esa libertad en el ámbito de lo cultural es, quizás, una manifestación menor de autoritarismo, pero no menos irritante.


Los argumentos de los anti-taurinos suelen basarse en tres ideas: los derechos de los animales, el origen foráneo –no catalán- de la fiesta y la existencia de una opinión pública mayoritariamente en contra. Respecto a la existencia de unos supuestos derechos de los animales -esos terceros cuyos daños justificarían su prohibición- ya se ha repetido convenientemente que los animales, al no ser sujetos de obligaciones tampoco lo pueden ser de derechos. Es cierto que el final natural de una corrida es la muerte de un animal, pero una muerte que mientras seamos una sociedad carnívora no debería producirnos mayores conflictos morales para los que, como yo, somos incapaces de matar para alimentarnos, pero que agradecemos enormemente que otras personas menos escrupulosas lo hagan por nosotros para poder gozar de un delicioso bistec a la plancha. Se podría objetar que lo criticable no es la muerte, sino el hecho de divertirse con el sufrimiento del animal, pero estaríamos entonces en el ámbito de lo estético más que lo moral, no susceptible, pues, de sanción. Subyacería aquí la idea de compasión con el dolor ajeno, un sentimiento que dignifica a las personas que lo practican, pero que no hace más digno al animal que es objeto del mismo. Lo que no se puede negar es que la de los toros es una tradición violenta y es muy comprensible que a muchos le repugne según los signos de un tiempo que ha hecho de la vida un valor absoluto. Pero no es menos cierto que se trata de una violencia mediatizada por la cultura y una tradición que, si bien no lo justifica todo, sí que permite gozar estéticamente de la crueldad civilizada con la seguridad de estar ante personas perfectamente pacíficas y sensibles en su vida cotidiana.


Existe otro argumento que no suele explicitarse porque no es políticamente correcto en nuestras sociedades multiculturales, pero que está latente en la intención de muchos. Es el propio del esencialismo cultural según el cual se trata de una tradición ajena a la cultura catalana –es decir, sancionable- y propia del españolismo más rancio, a pesar de la muy documentada tradición taurina de Catalunya. Como respuesta la plaza barcelonesa ha llevado a cabo una profunda normalización, rotulando en catalán y reduciendo la presencia de símbolos de España a la inevitable tienda de recuerdos para turistas, con todas las versiones imaginables del toro de Osborne. Pero imaginemos que sí, que fuera una fiesta españolista, una fiesta ajena a las tradiciones catalanas. ¿Sería éste un motivo para prohibirla? ¿Debería prohibirse otras manifestaciones culturales con un arraigo claramente menor, como el hip-hop, el jazz o el polo? Se hace cada vez más necesario reivindicar la idea de tolerancia, no como ahora se define, es decir como negación de las diferencias y que lo convierte en un concepto banal, sino como el reconocimiento de la necesidad de convivir con lo que no nos gusta –sobre todo con lo que no nos gusta- y de diferenciar entre aquello que no compartimos y aquello que se debe prohibir.


Finalmente el argumento de autoridad de la cantidad. Tanta gente no puede equivocarse, dicen los partidarios de la dictadura de las mayorías; pero hace mucho que la opinión de la mayoría dejó de ser sinónimo de voluntad general. Así se incentivan las carreras de recogida de firmas, como si las doscientas cuarenta mil que acompañaban a la demanda de declaración antitaurina presentada ante el Ayuntamiento por las protectoras de animales valieran más que la libertad a utilizar su tiempo como quiera de uno, dos o tres individuos que pagan por ver una corrida de toros -uno de los espectáculos, por cierto, menos subvencionados. La actual situación de los aficionados en Cataluña reedita la histórica lucha entre dos concepciones de la democracia, aquella en la cual la opinión de la mayoría puede imponerse sobre la minoría con la ayuda del poder coercitivo del estado y aquella otra concepción que hace hincapié sobre la necesidad de limitar el poder y las parcelas en las cuales el estado debe interferir, en favor de la libertad y los derechos de las minorías.


Es pues la libertad –si se quiere en minúscula, pero libertad al fin- lo que está en juego una vez más. Esta vez en una plaza de toros repleta de turistas, anacrónica fiesta de la hipérbole, donde todo es “fantástico” o “fabuloso” -incluso la alopecia de Rafael Gómez “el divino calvo”- y donde todavía triunfan el tergal y los relojes digitales en unos aficionados entrados en años y que seguirán asistiendo los domingos a los toros si su cuerpo, los tiempos y la autoridad competente dan su permiso.

jueves, 15 de julio de 2010

España, los chinos y su deshumanizada proximidad


La selección ganaba el mundial a pocas horas de la manifestación iniciática del soberanismo catalán. Tantas emociones contrapuestas en el interior tenían que salir de alguna manera, y salieron por ventanas y balcones. Barcelona vive desde entonces una guerra de banderas donde las senyeres y las rojas se dan réplica de calle en calle por primera vez en democracia. La senyera tenía hasta ahora el monopolio ante cualquier alegría o agravio; la bandera española sólo ahora, y por motivos deportivos, ha salido… ¿del armario? Pues no. El arsenal está en un país de oriente, aunque muy próximo.

Si uno quería adquirir una senyera en cierta mediana ciudad catalana no tenía más que ir a alguna de las mercerías de la Rambla y allí estaba, expuesta en el escaparate como si fuera un certificado de calidad. Si uno quería adquirir una bandera española en la misma mercería imagino que también podría hacerlo, aunque tendría la misma sensación que pidiendo un preservativo en una farmacia regentada por un numerario del Opus en los ochenta. Cosa del habitus. Ahora no. Las rojigualdas ondean en los modestos esparates de los comercios chinos normalizando su existencia hasta hacerla comprable, una condición a la que ha ayudado mucho su constitucionalidad –ya no se ven banderas preconstitucionales-, pero también su desvergonzada presencia a la vuelta de cada esquina.

Y esto es así porque el chino es un comerciante puro, deshumanizado, en el sentido que sus acciones están solamente movidas por lo que los posibles compradores pueden demandar en un momento dado, sin otro cálculo que el económico. Es un comercio de proximidad, pero tan descontextualizado como una gran superficie; Un Corte Inglés en cada calle para economías desforestadas como la mía, sin rastro de brotes verdes. La dialéctica de la proximidad siempre resalta su valor humano frente a la despersonalización de lo global, pero cuando la identidad no se ajusta a la “horma” social, sólo en el anonimato del distanciamiento encontramos los mínimos resquicios de libertad para buscarnos o perdernos. Cuando el calor de la costumbre de la tribu amenaza con abrasarnos se agradece el glacial contacto de la ley del Tribunal, su frialdá.

domingo, 27 de junio de 2010

Antiglobalización global



Susan George está promocionando en nuestro país su nuevo libro, en el que aboga por un ”keynesianismo verde” en contraposición a la economía de mercado, lo cual es muy coherente siendo presidenta de ATTAC y antes coordinar Greenpeace. Los enemigos del comercio, como explica Escohotado, han variado de registro a lo largo de la historia, desde la Iglesia hasta los movimientos marxistas, pero de todos, el más eficiente me parece cierta versión fundamentalista del ecologismo. Éste tiene una gran ventaja sobre las anteriores ideologías anticapitalistas: al no plantear una alternativa de sistema nunca se tendrá que enfrentar a la gestión de su propio fracaso, como tuvo que hacer el socialismo real. Nietzsche, en La genealogía de la moral, habla del ideal ascético de carácter religioso como el enemigo de todo lo que de vigor y de fuerza tiene el ser humano. Es la negación de los valores positivos de la vida. El ecologismo fundamentalista viene de alguna manera a encarnar ese ideal ascético que se muestra en las ideologías que se oponen al mercado, en tanto éste es un mecanismo de vitalidad social y de vigor, el espacio donde deben triunfar los mejores, una vez que el comercio ha sustituido a la guerra como actividad principal de la sociedad. Un nuevo valor para el ideal ascético: pobreza, humildad, castidad…y decrecimiento. En una de sus brillantes paradojas, Nietzsche plantea que los sacerdotes del ascetismo que desprecian la vida cumplen, en realidad, un servicio insustituible a la misma: culpabilizar a los débiles y enfermos de su debilidad para que no se revelen contra los fuertes y sanos, pues “¿cuando alcanzarían su más sublime, su más sutil y último triunfo de la venganza? Cuando lograsen introducir en la conciencia de los afortunados su propia miseria; de tal manera que un día empezaran a avergonzarse de su felicidad”. El antihumanismo que procesa cierto ecologismo al ver en la mano del hombre el origen de la miseria del planeta, ¿sigue cumpliendo esa función? ¿no será, en cambio, la constatación de que los sacerdotes del ascetismo ya se han vengado?


Amnistía Internacional era, a principios de los noventa, una institución que reunía a gente de muy diversa ideología bajo el común denominador de los derechos humanos. Era una asociación pequeño-burguesa, casi calvinista, tanto en la práctica como en la intención: nos reuníamos en nuestra sección local cuatro o cinco personas que ejercíamos de amanuenses para escribir cartas de desamor a dictadores y torturadores en nombre de tribus perdidas o individuos caídos en desgracia en países que desconocíamos. Éramos gente persistente, reacia al entusiasmo militante, que educadamente decíamos que no a cualquier iniciativa partidista-revolucionario que fuera más allá de nuestra modesta misión redentora.

La globalización llegó, el mail acabó con la carga de prueba que para el gobierno de turno significaban las miles de cartas que se recibían y ese modelo de militancia personal, oscura y callada basada en el trabajo y propia del siglo pasado (no del XX, sino del XIX!) pasó a ser un anacronismo. Llegados a la posmodernidad, la militancia de Amnistia Internacional se ha hecho vicaria: ya no se necesitan amanuenses sino donantes, y éstos se deben ganar en el mercado audiovisual donde la competencia es dura, por global. La forma determina el fondo: no es con un negro injustamente encarcelado en un discreto país africano como se ganan las voluntades y se activan las Visas de la mayoría, sino poniendo en aprietos a países que despiertan una instintiva animadversión entre la progresía bienpensante del mundo.

viernes, 21 de mayo de 2010

Gobernar en Diagonal

El mes de abril no iba a ser el más cruel, como no iba a ser ésta la bofetada que más le doliera al alcalde Hereu. Fue en mayo, y como respuesta a la que debería haber sido una apuesta por la modernidad del ayuntamiento, que el “català emprenyat” ha decidido romperle la cara al buen alcalde de Barcelona, esta vez sin ni siquiera la sonrisa, tan socialdemócrata, de la señora ciudadana. Cuando de verdad ocurren cosas, la ciudadanía no está para ocurrencias, y como tal ha sido entendido el referéndum sobre la Diagonal. Algo está pasando y por primera vez en muchos años tenemos la sensación real de que nada volverá a ser igual; también para los políticos.


Sin embargo, y más allá de la coyuntura tan poco propicia, el debate sobre el referéndum de la Diagonal permite sacar algunas conclusiones sobre el recurrente tema de la participación ciudadana. Ésta, como mecanismo de información de la clase política para tomar decisiones más ajustadas, nunca se ha cuestionado. Lo que se cuestiona es esa deriva progresista según la cual la democracia representativa sería un mal, necesario, ante la imposibilidad del ejercicio de la democracia directa. Como apuntaba Popper, la virtud de un sistema político se demuestra en su capacidad de cambiar a los gobernantes sin necesidad de derramar sangre cuando se equivocan en su gestión…aún cuando no sean culpables de esa equivocación, y quizás con más razón en ese caso, añadiría yo. Una de las funciones de la clase política es servir de chivo expiatorio, hacerse responsables de las fatalidades propias y ajenas y de pagar por ello. Las apuestas por la democracia directa exoneran a los políticos (fácilmente intercambiables) y cargan la responsabilidad sobre el conjunto de la sociedad, lo cual –y dado que la cantidad no es garantía de infalibilidad- no creo que nos hiciera más felices, pues nada hay socialmente más sano que expulsar las culpas en otro –una casta específicamente creada para ello- y poder comenzar de nuevo cuando nos abaten las desgracias.

¿Significa eso que debemos renunciar a toda innovación participativa? Pues no, pero sí deberíamos marcar sus límites. La consulta finalista, es decir, aquella en que se decide el qué se debe hacer y no el quién decide qué hacer, sólo puede ser vinculante si sus consecuencias son explícitas e inmediatas, es decir, si no hay posibilidad de consecuencias no queridas de la decisión. La decisión sobre el diseño de un parque se agota en si misma, sin la posibilidad de grandes externalidades. No así la decisión sobre el diseño de la Diagonal, ya que ésta tendrá consecuencias difícilmente comprensibles para la mayoría respecto a la movilidad del resto de la ciudad. En toda consulta que no atañe a actuaciones sin externalidades (o que sean muy limitadas) debería primar el debate y la deliberación por encima de su vinculación. Siguiendo con el argumento, si la administración quiere consultar a la ciudadanía sobre decisiones complejas debería primar la cualidad sobre la cantidad –lo que invalidaría todo carácter vinculante. ¿Cómo? Un ejemplo que las nuevas tecnologías podría hacer posible: volcar información cualificada sobre el objeto de debate en la página web de la consulta y obligar a todo ciudadano que quiere ejercer su voto respecto a diversas opciones a pasar previamente un examen de conocimiento sobre esa información. No es elegante ni voluntarista, lo sé, pero sí que obliga a un cierto compromiso por parte de un ciudadano que, en el contexto actual, no se puede permitir ser frívolo con las decisiones; como no le permite ya a los políticos hacer frivolidades con su dinero.

miércoles, 28 de abril de 2010

¿El velo como síntoma o como síndrome?


El caso de la niña de Pozuelo a la cual no se le ha permitido asistir a clase con velo ha venido a polarizar un debate ya de por sí muy polarizado. La novedad es que ha servido para desfigurar unos polos que, de tan sólidos, están esclerotizando la vida pública de este país. Así hemos visto abundante tacticismo en progres, posicionándose a favor de la prohibición del velo y en una jerarquía eclesiástica en contra de esa prohibición; unos y otros pensado seguramente más en la cruz que en las ideas.

Sin embargo, la relevancia del debate esta, precisamente, en que remueve las ideas. Una vez más se demuestra que lo exógeno es un fenomenal reactivo. La sociedad abierta a la que aspiramos se define por la defensa de la libertad individual frente a la coerción colectiva, pero esa definición se concreta en la defensa de las minorías frente a las mayorías tanto como del individuo frente a su propia comunidad, sea minoritaria o no. El debate del velo se sitúa en la intersección de ambas libertades: prohibir el velo ¿es querer desterrar un símbolo de una minoría del espacio público? ¿No será, por el contrario, salvaguardar la libertad de la mujer respecto a las coacciones de su propia comunidad? Lo esencial es que se trata de un acto individual (como colgarse una cruz al cuello) y no de un posicionamiento colectivo (como colgarla en la pared de un aula), lo que simplificaría definitivamente el debate. Al no haber imposición a terceros el respeto a una opción personal –y el derecho inherente a su manifestación- debería prevalecer, ya que indagar sobre si se trata de un acto voluntario o inducido nos llevaría a resucitar el concepto –que no la palabra, definitivamente muerta- de alienación, puerta por la cual todo totalitarismo se ha colado a lo largo de la historia.

Pero imaginemos que sí, que se trata de un signo de dominación de la mujer que debe ser censurado socialmente. ¿Se trataría de un síntoma o de un síndrome? Es decir, el velo ¿seria un indicador público y visible de una dominación privada? Si fuera un síntoma mal haríamos en prohibirlo, pues sacrificaríamos la fiebre sin la cual es imposible detectar la amplitud y evolución de la dolencia real: la imposibilidad de la mujer de tomar libremente las decisiones que atañen a su vida bajo una coartada religiosa. Plantearlo como un síndrome, como una parte consustancial del problema tal y como hace, por ejemplo, el feminismo respecto a la publicidad, significa agotarse en el epifenómeno sin encarar el fondo del asunto conformándose, simplemente, con perderlo de vista.

domingo, 21 de marzo de 2010

Una pasión cotidiana




El proyecto ético se realiza plenamente cuando la vida tiene una gran pasión donde realizarse. Es esa misión, esa dimensión de nuestra acción que da sentido a lo demás lo que permite, por ejemplo -y paradójicamente, poder gozar de las comodidades que nos proporciona la sociedad de consumo sin la culpabilidad que tanto pregonan los que la desdeñan.

Pero más allá de una gran pasión, nuestro proyecto ético debe contrastarse en los diferentes roles sociales que debemos cumplir a diario. De todos, el más enriquecedor es el de padres; tanto, que muchos hacen de él esa gran pasión, sin entender que las vidas de nuestros hijos no nos pertenecen y sin aceptar la dimensión trágica del cometido: nuestro éxito como padres consiste en ser prescindibles una vez hemos cumplido nuestra misión de transmisión de conocimientos y valores. Si, hay que comprometerse a la vez que distanciamos. Complejo.

¿Es usted padre? ¿Si? ¿Y entiende usted a los que no lo son? Yo difícilmente. Agradezco a los que no sienten la necesidad de serlo que no lo sean, al cabo no hay nada más triste que una paternidad a desgana. Pero es tanta la distancia en la idea de valor, de sacrificio y en el sentido de la vida entre aquéllos que lo son y los que no que sólo la debida educación y el alto grado de tolerancia que disfrutamos hace que nos respetemos. La base de la convivencia es el sobreentendido: yo no les cuestiono la superficialidad de sus vidas (en la que creo) y ellos, a cambio, no intentan seducirme con las posibilidades de ocio (que ellos llaman “experiencias”) que les permite su falta de responsabilidades. Haya pues paz (e incluso comercio) entre nosotros.

Ser padres da densidad a la vida, la hace profunda de una manera natural, sin buscarlo. Ser padres nos engarza a la comunidad permitiendo su pervivencia; a cambio apostamos nuestras vidas a una de las pocas experiencias que nos proporcionarán alegrías y sufrimientos perdurables. La paternidad es la inmortalidad de los mediocres y, al menos por una generación –aquella que deberá llorarnos en nuestro entierro…esperamos, claro- perviviremos en la memoria de los hombres aquellos que no hemos hecho nada extraordinario para merecerlo.

Ser padres genera valor de manera inmediata, pero también nos proporciona un aprendizaje incomparable a la hora de hacer realidad nuestro proyecto ético; estamos más preparados para aceptar los sacrificios y los esfuerzos que necesariamente conlleva ajustar nuestra acción (ser) a nuestra idea de bien (querer ser), a amoldar nuestra voluntad a las circunstancias sin caer en la indolencia, a entender que sólo en el compromiso la libertad adquiere todo su valor.

Ser padres es una lección de nobleza.



martes, 16 de febrero de 2010

Nebrera no contesta




Cena en el Ateneo Barcelonés. La persona invitada es Montserrat Nebrera. Se explica y se explica bien: miserias de la partitocracia, rapto de la democracia por las burocracias de partido gracias a una ley electoral que no fomenta la rendición de cuentas a los electores, loa de los sistemas parlamentarios anglosajones, necesidad de una regeneración democrática…es, además, una mujer atractiva.

La escuchamos con respeto, pero esta noche buscamos marcha más que palabras de amor: todos le preguntamos si se presentará a las próximas elecciones autonómicas. No aclara nada, aunque valora la opción de pedir el voto en blanco como crítica constructiva al sistema de partidos. Rafa “radical” Villaró recuerda la propuesta de “Escons insubmissos”: dejar vacíos los escaños que consigan con sus votos en las elecciones para visualizar el descontento ciudadano.

La calidad de lo cenado, regular.

Vuelvo a casa y sufro los daños colaterales de una mezcla para mí mortal, como es la de una conversación estimulante y un café solo a partir de las once. No puedo dormir y empiezo a elaborar su programa electoral. Aquí algunas de las ideas:

- Idea fuerza: retornar el poder a los ciudadanos. Dotarlos de mayor autonomía en las decisiones a tomar en su vida.

- Voto en blanco activo: demanda de voto a los que votan en blanco con el compromiso de que esos votos servirán para dejar los escaños vacíos en el parlament…escaños que sólo se ocuparán cuando se vote un asunto que tenga que ver con una agenda cerrada de regeneración democrática previamente conocida por el elector (contrato).

- La lista electoral: dado que la formación no hará vida parlamentaria activa, la lista electoral se confeccionará con personas de reconocido prestigio en su ámbito profesional que compartan la necesidad de una regeneración democrática. De esta manera el movimiento no se convertirá en un partido de políticos profesionales al uso, desactivando, de esta manera, la lucha por los (pocos) cargos que suele acabar con la credibilidad de los partidos pequeños de carácter regeneracionista. Montserrat Nebrera NO IRÁ EN LA LISTA, para desactivar, de esta manera, la crítica según la cual el nuevo partido es la manera de seguir en el parlamento con chiringuito propio. Ella será la líder del movimiento, la cara visible –y mediática- y podrá seguir dedicándose a su habitual ocupación de tertuliana, ahora aún con más predicamento y sin la rémora de ser una candidata a la cual se le debe cronometrar en su exposición pública desde los medios de comunicación. Dado que los miembros de la lista no viven de la política, sus salarios mensuales como parlamentarios podrán dedicarse a las causas sociales que decidan los simpatizantes votando en la página web del partido.

- De la financiación del partido: afiliados serán aquellos que hagan aportaciones económicas al partido. Éstas no podrán ser anónimas y deberán servir para cubrir los proyectos básicos del partido, el primero mantener la página web. En esta página estarán explicados cada uno de los proyectos del partido (campañas), su presupuesto y cómo éste se va cubriendo por parte de los militantes y simpatizantes, pues cada uno de ellos podrá dedicar su aportación al partido para realizar el proyecto que más le interese. Infraestructura mínima: potente página web abierta a la participación plural (blogs/twitter/facebook) como garantía de deliberación y asambleas “virtuales”.

De insomnio.

Por la mañana le envío la propuesta vía mail.

Nebrera no contesta.