Ahora
que tanto se habla del currículo de los escolares propongo que se obligue a los
jóvenes a leer La democracia en América
de Tocqueville (aquí
resumen). Ya sé que con ello ni catalanizaríamos ni españolizaríamos, pero qué
extraordinarias dinámicas de grupo
generaría su lucidez y la casi increíble actualidad de sus análisis. En su
lectura admiramos lo fecundo que podría ser viajar (si el turismo no lo ha hubiera
banalizado) y la potencia de un distanciamiento que, en el caso de este noble
francés observando una sociedad democrática que amenazaba con arrasar
inexorablemente su mundo llega a lo sublime, en el sentido que le daba Kant a
este concepto: "Rocas audazmente colgadas
y, por decirlo así, amenazadoras, nubes de tormenta que se amontonan en el
cielo y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes en todo su poder
devastador, huracanes que van dejando tras de si desolación, el océano sin límites
rugiendo de ira, una cascada profunda en un río poderoso, etc., reducen nuestra
facultad de resistir a una insignificante pequeñez, comparada con su fuerza.
(...) llamamos gustosos sublimes a esos objetos porque elevan las facultades
del alma por encima de su término medio ordinario". La destrucción creativa de la democracia.
Dado que
para captar lo sublime de una fuerza se requiere no sentirse amenazado por la
misma dudo que la realidad catalana me genere ese sentimiento. Más bien genera
vértigo. Pero, dando un rodeo, hay en La
democracia en América algunas frases que podemos leer en clave catalana: “en las
naciones pequeñas, un poder dictatorial es totalitario, pues no pudiendo llegar
a la gloria, el poder se dedica a entrometerse en todo lo referente a los
súbditos, por ello el ansia de libertad se ha dado más en las naciones pequeñas”.
¿Es siempre lo pequeño (más) bonito? La proximidad
siempre resalta su valor humano frente a la despersonalización de lo global,
pero a veces sólo en el anonimato del distanciamiento encontramos los mínimos
resquicios de libertad para buscarnos o perdernos. Por contra, una buena prueba
de la bondad de una causa colectiva está en observar si tiene un correlato
individual. La lucha por la defensa de una lengua está totalmente justificada
en tanto haya una persona a la cual no se le permite su utilización sin sufrir
algún tipo de coacción: ¿Será más libre un individuo catalán cuando la causa
colectiva de la consecución de un estado triunfe? No parece. Si Catalunya
llegara a ser un estado-nación, esa tendencia casi enfermiza al ensimismamiento
que conllevamos desde hace tiempo, ¿se aminoraría al poder abandonar su
posición defensiva o, por el contrario, se acrecentaría al no tener ninguna
traba en su expresión? A saber. Lo que sí es seguro que equiparar nación
(cultural) y estado (político) supondría una merma en la complejidad social
que, si bien genera confusión es también la base de las sociedades modernas,
aquellas que avanzan mejor en el caos que obliga a autorregularse que en el
orden estático y uniforme.
A lo largo de treinta años el nacionalismo
catalán ha utilizado su cuota de estado (poder) para afianzar su nación
(cultura) mediante la negación de la complejidad social. Así, para los actuales
catalanes ha llegado a ser casi incompatible identificarse como españoles y
catalanes a la vez, una incompatibilidad que, sin embargo, no se observaba en
los escritos de los mejores pensadores y escritores catalanes del pasado. El ideal de la ingeniería social que busca la
incompatibilidad de identidades es la sustitución, lo que en una primera fase
generará necesariamente duplicidades. Así Catalunya ha vivido un proceso
caracterizado por una inflación generalizada a casi todos los ámbitos: si ya
existía una emisora de música clásica en español era preciso otra en catalán,
aunque la oferta ya cubriera la demanda existente. El idioma es el centro de la
batalla por la sustitución. La lógica nacionalista entiende, con razón o sin
ella, que catalán y castellano no pueden convivir en un mismo territorio y que,
a una lengua vernácula (el catalán) sólo le debe acompañar una lengua franca
(el inglés). Ahora que tanto ruido ha producido la voluntad de españolizar la
escuela catalana del ministro Wert hay que recordar el estribillo tantas veces leído
en las pancartas colgadas en las escuelas catalanas: “una escola catalana, pública i de qualitat”. Tres adjetivos que
requieren de un contrario: una escuela mediocre, privada y…española.
Esa lógica de la sustitución sólo
culminará, necesariamente, con la sustitución del estado. Es el punto final de
todo nacionalismo y al cual parece que hemos llegado en un proceso
caracterizado por su irreversibilidad al constatar los nacionalistas que cualquier
posición ganada al estado no se podía perder.
Oi, Prof Jordi!
ResponderEliminarParabéns pelo belíssimo texto!
Seus artigos divulgados em seus blogs são sempre excelentes! Aprendo sempre bastante com eles.
A propósito, eu não estou mais conseguindo acessar seu blog aprendiendoconfilosofos.blogspot.com Parece que atualmente ele está aberto exclusivamente para leitores convidados.
Gostaria de pedir-lhe humildemente que me permita acessar seu blog também, pois sempre o consultei com muito prazer e sempre aprendi muito com suas reflexões. Mas o blog é seu... compreenderei se preferir negar-me essa possibilidade.
Tudo de bom para você. Saúde e Paz.
Abraços deste seu fã brasileiro.