lunes, 8 de noviembre de 2004

Vicios privados, costes públicos

Presentada la nueva campaña antitabaquismo de la UE
De vuelta a mi exposición a los medios de comunicación no pude dejar de no ver las imágenes que acompañarán la nueva campaña contra el consumo de tabaco que promueve la Unión Europea. Se trata de imágenes impactantes, continuación de los siniestros mensajes que últimamente llevan incorporados las cajetillas y que, si bien está por descubrir su eficacia a la hora de disminuir el consumo, lo que es seguro es que ha servido para disparar el mercado de accesorios con la venta masiva de portapaquetes (o como se llamen) de cuero o piel para engañar a los ojos que no ven y a los pulmones que fuman.
No es malo que nuestra segunda reacción –después de la repulsión- sea la de cierta prevención contra el paternalismo de la administración, siempre en vela por defendernos, no ya de agresiones de terceros como sería de esperar, sino especialmente de las consecuencias que sobre nosotros mismos tienen nuestros actos. Nuestros gobernantes, como servidores de la voluntad popular que son, cargan con nuestras culpas y así les vemos, compungidos, dar cuenta de muertos en carretera, cánceres de pulmón y otras desgracias, como si estuviera en su mano poner remedio a esos males, la mayoría de los cuales se deben a conductas individuales y no a su mayor o menor celo burocrático. En palabras de Hayek, ese comportamiento revelaría la concepción organizativa que gobernados y gobernantes tenemos de la sociedad. Sólo de esa manera se entiende que pidamos a nuestros representantes cuentas de su gestión respecto a nuestras conductas. Es la consecuencia lógica de un estado de bienestar que tiende a derivar en un estado de irresponsabilidad de las personas respecto a sí mismas. Creamos inocentes engreídos, muy celosos de sus libertades, pero que no están dispuestos a asumir las consecuencias del uso que de su libertad realizan, sobre todo cuando pueden cargarlas a los otros, embozados bajo el nombre genérico de sociedad. No es extraño pues, que como inocentes demandemos engreídamente a las empresas tabacaleras cuyo principal pecado ha sido servirnos eficazmente como fumadores o que los émulos de Valentino Rossi en nuestras carreteras hagan responsables de sus accidentes a todos, menos a su propia conducta temeraria. ¡Un poco de vergüenza torera, por favor!
Así se va alimentando cierto círculo perverso, en el cual las personas delegan responsabilidad en favor del estado y éste, a su vez, se ve legitimado no sólo para fomentar conductas que se definen como sanas –cosa legítima-, sino también para prohibir o sancionar otras; siempre, eso sí, por nuestro bien. “Protejo, luego obligo” -en la ajustada fórmula de Carl Schmitt- es la coartada de la que se sirve el estado para inmiscuirse en nuestra vida privada y en aquellos usos y costumbres que sólo a nosotros nos deberían concernir. Negarle esa capacidad al estado no es hacer un canto a la vida peligrosa –lo cual no deja de ser el reverso justificador del bienintencionismo institucional- sino reivindicar el papel único de la persona a la hora de actuar en todo aquello que tiene que ver con su salud y bienestar sin que intervenga la coacción legal. Una coacción que suele comenzar por la estigmatización de las conductas para acabar con su sanción –mediante impuestos o ley- en una cadencia que, como ha demostrado la historia de los prohibicionismos, genera más inconvenientes que los que se intentaban solventar.
¿Qué acaba por cerrar ese círculo perverso? No se trata únicamente de una cuestión de irresponsabilidad sino también de cálculo económico. Debemos alegrarnos de que la sociedad acepte cada vez más el principio liberal de que cada uno es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera, mientras no genere una intromisión en la libertad de los demás. Así al menos pasa con muchos de los que históricamente se han considerado como vicios privados. Sin embargo, queda pendiente definir el papel del estado cuando los comportamientos de las personas generan costes que se deben cubrir colectivamente mediante, por ejemplo, el sistema sanitario. Mientras no seamos capaces de internalizar los costes que generan nuestros vicios privados la coartada del estado para entrometerse en nuestros asuntos será sólida, y nuestra libertad condicional.

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