¿Se siente usted culpable
de tener prejuicios? Pues no debería, pues esos prejuicios son lo que le permiten
funcionar cuando falta un conocimiento perfecto y se debe actuar. Y usted sabe
perfectamente que siempre falta ese conocimiento cuando se le necesita. Tampoco
debería agobiarse por ello: no es un problema de usted, sino de la naturaleza
humana. El prejuicio no es elegante, a nadie le gusta que le encasillen por el
colectivo con el cual le identifican, pero es inevitable cuando el miedo impulsa
a la acción y te hace cambiar de acera en una noche oscura.
El racionalismo
exacerbado del progresismo que tanto prestigio ha alcanzado en nuestro tiempo desdeña
la costumbre que da origen a los prejuicios. Para ese racionalismo es un fetichismo a superar,
aunque no menos ilusoria sea su aspiración a actuar siempre bajo un conocimiento
completo, cuando lo único seguro que tenemos a la hora de tomar decisiones es la
incertidumbre. Tampoco es que desdeñe todo prejuicio: combate aquel que tiene
que ver con la diversidad no escogida (sexo, etnia, etc.) pero promociona el que
tiene su origen en la voluntad de las personas, como el ideológico: un negro no
puede ser blanco aunque lo quiera, y lo apoyamos, pero hay que ser muy perverso
para ser voluntariamente de derechas pudiendo ser de izquierdas.
Los prejuicios, cuando
vienen de la costumbre y no son una creación interesada de la cual se pueda conocer su
origen, suelen responder a una verdad probabilística: si usted selecciona a un
número X de individuos de un colectivo concreto habrá una mayor proporción que
actúen según la pauta de comportamiento que se les suele atribuir que en el
grupo de control.
Y sin embargo, para
juzgar moralmente nuestra actuación lo relevante no es la norma, sino la
posibilidad de la excepción. Nadie puede exigirle que luche contra sus
prejuicios, porque sería pedirle que se despojara de una manera, aún
imperfecta, de conocimiento. Ser más ignorante no es una opción inteligente. Pero
sí puede ser mejor persona –incluso si es usted de derechas- si es capaz de poner
en suspenso sus prejuicios cuando se enfrenta con un individuo concreto y no con
la categoría abstracta. Será su contribución a todas esas personas
excepcionales que luchan heroicamente contra su fatalidad estadística.
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