lunes, 15 de noviembre de 2010

Pensamiento líquido


El pasado mes de octubre el sociólogo de moda, Zygmunt Bauman, pronunció una conferencia (catalán) en Barcelona sobre "las nuevas y viejas dimensiones de la desigualdad". En ella muestra la virtud expositiva que le ha hecho tan popular: la capacidad de relacionar autores mediante citas resultonas que va concatenando a favor de su idea, la sociedad líquida. Una especie de Reader’s Digest con tesis que hilvana en un discurso confuso pero ameno, dictado por un entrañable señor de pelo blanco. Todo muy fluido, pero en el fondo nada sólido.

En concreto, tres son las ideas que desarrolla en la conferencia. En la primera hace una loa a la imprevisibilidad como garantía de poder, pues “a aquél que es imprevisible siempre se le debe atención”. Se le olvida decir en qué ámbito esto es así, pues quizás en el mundo artístico esa característica sea una virtud, pero no en el mundo económico donde la previsibilidad en las actuaciones o en los contratos es lo marca la diferencia entre los que están y los que quedan marginados.

Para presentar su segunda idea se sirve de una anécdota sobre la política de salarios altos que promovió Henry Ford. Cualquier tiempo pasado fue mejor (¡incluso el fordismo!) para denunciar una presente rescisión unilateral del contrato (social) por parte del empresariado, pues Bauman constata que, a la vez que el capital no encuentra ninguna traba para la internacionalización, la mano de obra se mantiene “ligada a la tierra” sin posibilidad de aprovecharse de las oportunidades de la globalización. Dejando de lado que la realidad de los procesos migratorios contradice esa constatación, la verdad es que el origen de esa asimetría entre capital y mano de obra no estaría en el beneficio empresarial, sino en el miedo de la masa social de los países occidentales (sobre todo de los trabajadores menos cualificados) al dumping laboral. Al final, el eslogan según el cual “las personas no son una mercancía” tiene un sentido más analítico que normativo, en contra de la creencia de la progresía que la ha hecho suya. Las personas, cuando emigran cargan con creencias, conocimientos y expectativas que las cosas, tan neutras, se dejan en el camino.

La última idea que presenta Bauman mostraría una paradoja de la globalización, según la cual ésta ayudaría a reducir las desigualdades entre países ricos y pobres (tal como los trabajos de Johan Norberg demuestran) solo a costa de ampliar las desigualdades entre pobres y ricos en los países avanzados. Pero esta reflexión, aparte de certificar la superación de la teoría del imperialismo marxista, no proporciona mucha información si no se distingue entre pobreza y desigualdad. Así, cierta desigualdad sería funcional al capitalismo…siempre que se acabe con la pobreza. La promesa de ese capitalismo propio de los países occidentales es erradicar las situaciones de pobreza extrema a cambio de engrasar el sistema con los incentivos que la desigualdad en las recompensas promueve.

Tarantino, molesto con algunas críticas, contrapuso con el desparpajo habitual su forma vigorosa de dirigir con las de aquellos directores maduros que prefieren hacer películas lentas, lo que achacaba a una disfunción eréctil propia de la edad. A Bauman se le nota que hace mucho que no se le levanta cuando piensa, pues todo lo que denota una demostración de vigor social (el cambio, la adaptación, la innovación) le produce una pereza insufrible. Todo lo líquido, lo que fluye, tiene para él una connotación negativa porque obliga a esforzarse al individuo. En su reverso se define: a él no perece gustarle tanto la solidez como las aguas estancadas que no fluyen, la ciénaga en la que la sociedad dicta al individuo lo que debe hacer, desde el nacimiento a la tumba. En consonancia con esta idea de la sociedad no sería de extrañar que este pensador polaco hubiera sido en su juventud seguidor de Hitler y después de Stalin, como tantos otros defensores de las sociedades estáticas. En su biografía no se cumple lo primero (ser judío imagino que fue razón suficiente) pero sí que perteneció al partido comunista polaco (o sea, estalinista). Coherencia personal: en los países del socialismo real, si eras un pensador honesto y no seguías las directrices del Partido acababas necesariamente en la cárcel; si eras un pensador honesto (o no), pero seguías las directrices del partido acababas siendo profesor universitario: Bauman fue profesor universitario.

El viejo anticapitalismo de siempre maquillado (¡una vez más!) por el lenguaje postmoderno: la sociedad líquida.

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