lunes, 6 de septiembre de 2004

A disputa del voto inmigrante


En su ardua tarea de arreglar el mundo, el Forum se dedicó a lo largo de esta semana a hablar de inmigración. El Congreso Mundial de Migraciones permitió constatar que: a) el pensamiento políticamente correcto es la muerte del pensamiento, b) ¡hay que ver cuantos funcionarios tiene la ONU! c)¡y todos deben estar en Barcelona!

Como suele ocurrir cuando se busca el consenso en temas cruciales –que se definen precisamente por la imposibilidad del mismo-, el documento resultante de conclusiones es un compendio de tópicos y lugares comunes. Leyéndolo pasábamos la mañana de hoy, con una tranquilidad de espíritu i mente cercana a la necedad.

Y en esto llegó Joan Clos, alcalde de Barcelona. Recojo sus palabras en La Vanguardia:

“normalmente nos encontramos con que la derecha se beneficia económicamente y políticamente de la inmigración (...), políticamente porque con unas políticas normalmente de ley y orden la derecha consigue réditos electorales en las clases populares” Según el alcalde, la reversión de este proceso a favor de la izquierda no será posible en tanto “no se vayan acortando los plazos desde la acogida de los inmigrantes hasta que se les otorga el derecho al voto”.

Respecto al primer argumento (la derecha se beneficia del voto del miedo) quizás, antes de lamentarse por sus efectos electorales, sería conveniente una reflexión sobre porqué las clases populares responden a ese argumento, de manera que el mecanismo de la democracia cumpliera su función: indicar a los representantes políticos los asuntos que son cruciales para los ciudadanos. Y es que, como puede certificar cualquiera que viva en alguno de los barrios con más presencia de población inmigrante, hay una creciente competencia entre los inmigrantes y las clases populares por unos servicios públicos -de los cuales son habituales usuarios- que son escasos y que no pueden crecer sino a costa de una mayor presión fiscal que ningún partido parece dispuesto a asumir. El Estado del Bienestar como mecanismo de solidaridad coercitivo no se percibe como universal. Mientras exista el simulacro de que hay un pastel a repartir –un pastel cada vez más pequeño- más allá de aquello que logramos con nuestro esfuerzo personal persistirá la sensación de que otros se están aprovechando de unos beneficios que sólo a nosotros nos pertenecen. Efectivamente, nuestros políticos tienen un problema.

¿La solución? otorgar el voto a los inmigrantes. No estoy en contra en absoluto, aunque dudo que ello solucione lo que le preocupa a nuestro alcalde. En todo caso enconaría más la confrontación al obligar a los políticos a ofrecer incentivos al nuevo electorado, ya que el conflicto es real y no un producto de políticos insolidarios –aunque sea cierto que algunos hacen una utilización perversa del mismo. Pero lo importante, nos dice Clos, es que la izquierda conseguiría nuevos votantes. De acuerdo…pero, un momento, ¿estamos seguros de que los inmigrantes, de poder votar, votarían a una izquierda pro-inmigración? Incluso creo que en esto el alcalde se equivoca. La competencia por los recursos escasos no sólo funciona entre autóctonos e inmigrantes, sino también entre los inmigrantes recién llegados y los ya establecidos que desean el derecho a la indiferencia que el actual debate social, producto de la masiva llegada de extranjeros, dificulta. No hay descanso para Clos.

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