lunes, 20 de septiembre de 2004

La decadencia de la paradoja

La paradoja precisa de imaginación e inteligencia, virtudes éstas que cultivó como pocos ese maestro en este difícil arte que era G.K. Chesterton cuando ponía a su padre Brown a solucionar complejas historias de misterio. En política la cosa no suele tener resultados tan elevados, sobre todo cuando la practica Imma Mayol -concejal de Iniciativa per Catalunya en el Ayuntamiento de Barcelona-, aunque no por ello se desvía ni un instante de la primera acepción que el diccionario reserva a la definición de paradoja: “idea extraña u opuesta a la común opinión y el sentir de los hombres”.
Leo en el periódico que la concejal está a favor de implantar una ecotasa en la ciudad de Barcelona, una medida que según común opinión se plantea para aquellas poblaciones que en verano aumentan su población de manera exponencial, lo que dificulta la gestión de los servicios. Yo diría que no es este el caso de Barcelona, pero sin duda debo estar equivocado.
También me entero que, paradójicamente, son los hoteleros los que deben estar deseosos de aplicarla, ya que Imma, en una muestra de prudencia política, “se mostró partidaria de imponer la tasa siempre y cuando la decisión la tome el gobierno local y no el sector hotelero”. ¡Qué se habrán creído!. Por mucho que los profesionales del sector quieran pagar impuestos, empobrecer a su clientela o simplemente, que dejen de venir esos molestos turistas que son la razón de ser de sus negocios será “el Consell de la Ciutat i el Consell de Medi Ambient” –entes con mucho más discernimiento- quienes decidan.
Pasó también aquel sentir de los hombres según el cual era positivo atraer al turismo como fuente de riqueza. Ahora, paradójicamente, esto ya no es así, sino que Mayol nos alerta de que bajo la inofensiva e incluso ridícula apariencia del turista medio se esconde un auténtico “consumidor de la ciudad”, un bien escaso como los espaguetis italianos que venían a comerse a aquél país los turistas alemanes, según denunció el justamente célebre ministro de turismo de Berlusconi. Pero podemos estar tranquilos, porque nuestro gobierno progresista aparcará por un momento el arte de la paradoja y, lógicamente, aplicará la nueva tasa con el antídoto de la progresividad, y así: “sería lógico gravar las pernoctaciones y, por tanto, abonar una cantidad determinada, vinculada al consumo que el turista hace de la ciudad, en función de los días de estancia”. De esta manera, serán los turistas de mayor calidad, aquellos que pernoctan más de una noche en nuestra ciudad, los que peor parados saldrán. Bien hecho, ¡con lo simpáticos que son los mochileros que sólo nos consumen bocatas y Coca-Colas!
Pero cuando el discurso comenzaba a mostrarnos su lógica interna incuestionable; cuando ya comenzábamos a ver el final de la ocupación veraniega de las hordas del norte gracias al ardid fiscal, nuestra querida concejal nos reta a una última y suprema paradoja al afirmar que lo recaudado por la ecotasa “debería destinarse a la limpieza de las playas y la promoción turística”. Así, ¿dedicaremos el dinero que les saquemos a los pocos que vengan a promocionar la llegada de nuevos bárbaros para que se nos coman la ciudad a cachos y a los cuales seguiremos sacando más dinero hasta que dejen de venir? Paradójico.

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