jueves, 16 de septiembre de 2004

El escritor y sus circunstancias

Mario Vargas Llosa en Barcelona

Ayer, dentro de la programación de Kosmopolis 2004 -el festival de la literatura que se está celebrando estos días en Barcelona- Mario Vargas Llosa habló de las nuevas guerras del siglo XXI. Me permitiréis que no hable del contenido, sino de la significación que para mí tiene el autor.
Asistir a una conferencia de Vargas Llosa es una de las terapias contra la abulia intelectual más estimulantes que yo conozca. No sólo por sus reflexiones y la pasión que pone al defenderlas, sino también porque tenemos la garantía de asistir a un debate vivo de ideas, algo impagable en nuestro adocenado ambiente intelectual. Estamos ante un escritor polémico, que nunca deja indiferente y que genera controversias de dimensiones casi futbolísticas, con la diferencia de que Vargas Llosa nunca tiene la seguridad de jugar en casa; el público que asiste a intervenciones como la de ayer se divide a partes iguales entre admiradores entregados y críticos irreductibles. A pesar de ello da la impresión de sentirse cómodo en los ambientes cargados. No en vano lleva más de 30 años a contracorriente del pensamiento único (es decir, el anti-liberalismo) en el cual la comunidad intelectual europea y latinoamericana vive instalada de manera permanente. Basta con echar una ojeada a las secciones de política de nuestras librerías, donde los libros contra la globalización –a menudo simples panfletos- llenan las estanterías en competencia con, por ejemplo, la reedición en castellano de las obras completas de Toni Negri –por cierto, impagable la contraportada, donde se afirma que el pensador estuvo encarcelado…¡por sus actividades políticas!- o bien leer los artículos de opinión de nuestros periódicos, ya que no hay articulista que no crea necesario acabarlos con una heroica proclama contra el capitalismo salvaje o los excesos del mercado.

Dadas las circunstancias, el momento más esperado por todos era el turno de preguntas, al cual se llegó con una tensión en el ambiente que, como dicen los clásicos, se podría cortar con un cuchillo. Y efectivamente, las tres personas del público que intervinieron con el permiso del moderador –en esta ocasión un muy correcto Josep Ramoneda- llevaban el cuchillo en la boca. Fueron críticas muy duras, algunas bastante injustas, pero que nos permitieron observar a un Vargas Llosa brillante, que se supera ante el castigo mostrando su mejor cara de polemista, ágil y apasionado en su defensa de la libertad frente a todo tipo de colectivismo. Aunque no dejó de ser triste comprobar la necesidad, una vez más, de explicar que Estados Unidos es una democracia, algo que debería ser obvio a estas alturas si el anti-americanismo reinante –cuyo crecimiento es uno de los daños colaterales más preocupantes del conflicto de Irak- no obligara a recordarlo cada instante desde hace ya unas cuantas décadas.
Voy acabando con esta crónica sesgada, pero antes debo reconocer que siento profundamente que ninguna de las personas que admiramos a este intelectual tuviéramos el valor de pedir la palabra. Aprovecho estas líneas para decir lo que me gustaría haber dicho ayer: que somos muchos los que le agradecemos su valentía intelectual -quizás la virtud primordial del pensador y la menos común en la mayoría de ellos-; valentía y coraje para romper con la propia tribu por la defensa de las convicciones, sin nada que ganar y mucho que perder (¿quizás el premio Nobel?) en unos años en los cuales todo escritor que no fuera un azote para Occidente pasaba a ser un proscrito, un expulsado del paraíso de la gauche divine. Un ejercicio que debió ser desgarrador como bien sabemos quienes, de manera más modesta, también transitamos el camino que va del socialismo al liberalismo bajo la mirada admonitoria de amigos y compañeros que ahora lo son menos. Soberbia paradoja; el mismo día que este “escritor de derechas” defendía el compromiso del intelectual para con la sociedad con una pasión casi sartriana, escritores estelares del progresismo proclamaban en el Forum de Barcelona -al cual sorprendentemente Vargas Llosa no ha sido invitado, ¡y mira que ha habido diálogos para ello!– que la literatura de compromiso está obsoleta y es anacrónica, a pesar de lo cual alguno de ellos no duda en poner su pluma al servicio de regímenes impresentables.
Gracias, Vargas Llosa por recordarnos la dignidad del intelectual, incluso cuando muchos de ellos se esfuerzan en olvidarla.

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